Reflexión de Carmen Pallarés:
25/7/13
Brasil- JMJ 2013: Palabras del Papa en el Hospital San Francisco de Asís
Querido Arzobispo de Rio de Janeiro y queridos hermanos en el episcopado; Honorables Autoridades, Estimados miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia, Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios, Queridos jóvenes y familiares:
Dios ha querido que, después del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís.
Es bien conocida la
conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y
comodidades del mundo para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que
la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el
tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás.
Pero quizás es menos
conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando
abrazó a un leproso.
Aquel hermano que
sufría, marginado, era «mediador de la luz (...) para san Francisco de Asís»
(cf. Carta enc. Lumen fidei, 57), porque en cada hermano y hermana en
dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre.
Hoy, en este lugar de
lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de
ustedes que son la carne de Cristo, y pedir que Dios colme de sentido y firme
esperanza su camino, y también el mío.
Abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química.
Abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química.
Sin embargo, lo que
prevalece con frecuencia en nuestra sociedad es el egoísmo. ¡Cuántos
«mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa!
La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte,
requiere un acto de valor de toda la sociedad.
No es la
liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes
de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la
dependencia química.
Es preciso afrontar
los problemas que están a la base de su uso, promoviendo una mayor justicia,
educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común, acompañando
a los necesitados y dando esperanza en el futuro.
Todos tenemos
necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de Cristo, aprender a abrazar a
aquellos que están en necesidad, para expresar cercanía, afecto, amor.
Pero abrazar no es suficiente.
Pero abrazar no es suficiente.
Tendamos la mano a
quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia,
tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te
costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».
Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes.
Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes.
Miren con confianza
hacia delante, su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay «un
futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas
ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva
para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57).
Quisiera repetirles a
todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No
robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.
En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35).
En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35).
Queridos amigos, creo
que aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola del Buen Samaritano.
Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés, sino amor. La
Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento de Dependencia Química enseñan
a inclinarse sobre quien está en dificultad, porque en él ve el rostro de
Cristo, porque él es la carne de Cristo que sufre.
Muchas gracias a todo
el personal del servicio médico y auxiliar que trabaja aquí; su servicio es
valioso, háganlo siempre con amor; es un servicio que se hace a Cristo,
presente en el prójimo: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis
hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), nos dice Jesús.
Y quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto.
Y quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto.
El Señor está cerca de
ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a él en los momentos más duros
y les dará consuelo y esperanza. Y confíen también en el amor materno de María,
su Madre.
Esta mañana, en el
santuario de Aparecida, he encomendado a cada uno de ustedes a su corazón.
Donde hay una cruz que llevar, allí está siempre ella, nuestra Madre, a nuestro
lado. Los dejo en sus manos, mientras les bendigo a todos con afecto.

24/7/13
Brasil- JMJ 2013: Santuario de Aparecida - Homilía del Papa Francisco
Venerados
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas
Queridos hermanos y hermanas
¡Qué alegría venir a la casa de
la Madre de todo brasileño, el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida! Al día
siguiente de mi elección como Obispo de Roma fui a la Basílica de Santa María
la Mayor, en Roma, con el fin de encomendar a la Virgen mi ministerio como
Sucesor de Pedro. Hoy he querido venir aquí para pedir a María, nuestra Madre,
el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano.
Quisiera ante todo decirles una
cosa. En este santuario, donde hace seis años se celebró la V Conferencia
General del Episcopado de América Latina y el Caribe, ha ocurrido algo muy
hermoso, que he podido constatar personalmente: ver cómo los obispos —que
trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la misión—
se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles
de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella
Conferencia ha sido un gran momento de Iglesia.
Y, en efecto, puede decirse que
el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo
de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna
de María. La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la
Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero
discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la
estela de María.
Hoy, en vista de la Jornada
Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a
la puerta de la casa de María —que amó a Jesús y lo educó— para que nos ayude a
todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir
a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un
mundo más justo, solidario y fraterno.
Para ello, quisiera señalar tres
sencillas actitudes:
Mantener la esperanza, dejarse
sorprender por Dios y vivir con alegría.
1-Mantener
la esperanza.
La Segunda Lectura de la Misa
presenta una escena dramática: una mujer —figura de María y de la Iglesia— es
perseguida por un dragón —el diablo— que quiere devorar a su hijo. Pero la
escena no es de muerte sino de vida, porque Dios interviene y pone a salvo al
niño (cf. Ap12,13a-16.15-16a).
Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, en nuestra gente, nuestras
comunidades. Pero, por más grandes que parezcan, Dios nunca deja que nos
hundamos.
Ante el desaliento que podría
haber en la vida, en quien trabaja en la evangelización o en aquellos que se
esfuerzan por vivir la fe como padres y madres de familia, quisiera
decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a
su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la
apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el mal, existe en nuestra historia,
pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza.
Cierto que hoy en día, todos un
poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se
ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el
poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una
sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos
ídolos pasajeros. Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza.
Tengamos una visión positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que
caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción
de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad.
Ellos no sólo necesitan cosas.
Necesitan sobre todo que se les
propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo,
la memoria de un pueblo. Casi los podemos leer en este santuario, que es parte
de la memoria de Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad,
perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más
profundas en la fe cristiana.
2. La segunda actitud: dejarse
sorprender por Dios.
Quien es hombre, mujer de
esperanza —la gran esperanza que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos
sorprende también en medio de las dificultades. Y la historia de este santuario
es un ejemplo: tres pescadores, tras una jornada baldía, sin lograr pesca en las
aguas del Río Parnaíba, encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra
Señora de la Concepción. ¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una
pesca infructuosa se convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden
sentirse hijos de la misma Madre?
Dios nunca deja de sorprender,
como con el vino nuevo del Evangelio que acabamos de escuchar. Dios guarda lo
mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que
acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios. Alejados de él, el vino de la
alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si nos acercamos a él, si
permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es dificultad, lo que es
pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él.
3. La tercera actitud: vivir
con alegría.
Queridos amigos, si caminamos en
la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya
hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta
alegría. El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una
Madre que intercede siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como la
reina Esther en la Primera Lectura (cf. Est 5,3).
Jesús nos ha mostrado que el
rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido
vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien
parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y
sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que
contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI: «El
discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay
futuro» (Discurso Inaugural
de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe,
Aparecida, 13 de mayo 2007: Insegnamenti III/1
[2007], p. 861).
Queridos amigos, hemos venido a
llamar a la puerta de la casa de María. Ella nos ha abierto, nos ha hecho
entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide: «Hagan todo lo que él les
diga» (Jn 2,5).
Sí, Madre nuestra, nos comprometemos a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo
haremos con esperanza, confiados en las sorpresas de Dios y llenos de alegría.
Que así sea.
22/7/13
Presentación del Lema EJD/JMJ2013 - Provincia Española
Con motivo de la celebración del Encuentro de Jóvenes Dehonianos y la Jornada Mundial de la Juventud en Rio de Janeiro, la provincia Española hemos preparado este vídeo donde explicamos lo que es para nosotros "Caminad en el amor" y el sentido que ha tenido nuestro lema "CONTIGO confío, camino, amo" durante todo este año.

19/7/13
18/7/13
Carta de los laicos dehonianos de Chile
Estimados Laicos Dehonianos:
Les envío un saludo desde San Bernardo, Santiago,
Chile.
Hace un par de meses hemos refundado el movimiento de
Laicos Dehonianos – Chile, seguimos su blog que nos ha servido mucho (hasta su
logo), pronto subiremos el nuestro (recién lo estamos preparando).
Esperamos que no se molesten, pero ustedes nos han dado una gran motivación y
muchas ideas, y como lo bueno se copia, esperamos ser un movimiento tan hermoso
como el de España.
Felicitaciones, sigan viviendo la espiritualidad del
Padre León Dehon y muchas bendiciones para todos, les saluda en el corazón de
Cristo,
M. Eugenia Rodríguez
Laicos Dehonianos - Chile

8/7/13
El primer viaje apostólico de Francisco: Lampedusa.

El Papa Francisco celebró la Santa Misa esta
mañana en la isla de Lampedusa (Italia), adonde viajó para rezar por los miles
de emigrantes africanos que cada año cruzan el mar en frágiles barcas tratando
de llegar a Europa en busca de una vida mejor. Muchos de ellos consiguen llegar
a las costas de Lampedusa; otros muchos mueren ahogados. En homenaje a todos
los que nunca llegaron, el Papa lanzó al mar una corona de flores desde una
lancha de la Guardia Costera italiana, y rezó por los fallecidos.
A su llegada al puerto, el Papa saludó a un grupo de refugiados que representaban a sus compañeros de los centros de acogida.
A su llegada al puerto, el Papa saludó a un grupo de refugiados que representaban a sus compañeros de los centros de acogida.
Uno de los inmigrantes dirigió unas
palabras al Papa en nombre de todos:
“Nosotros –dijo- huimos de nuestro
país por dos motivos, político y económico. Para llegar aquí, a este lugar
tranquilo, hemos superado muchos obstáculos, fuimos secuestrados por diferentes
traficantes. Para llegar aquí, también desde Libia, hemos sufrido muchísimo.
Nos gustaría tener ayuda del Santo Padre, después de tanto sufrimiento. Nos
gustaría que otros países nos ayudaran. Gracias por su colaboración y damos
gracias a Dios”.
Texto completo
de la homilía del Papa:
Inmigrantes muertos en el mar, desde esas barcas que en lugar de ser una vía de esperanza han sido una vía de muerte. Así es el título de los periódicos. Cuando hace algunas semanas he conocido esta noticia, que lamentablemente tantas veces se ha repetido, mi pensamiento ha vuelto a esto continuamente como una espina en el corazón que causa sufrimiento.
Y entonces he sentido que debía venir aquí hoy a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita, no se repita, por favor.
Pero antes, quisiera decir una palabra de sincera gratitud y de aliciente a ustedes, habitantes de Lampedusa y Linosa, a las asociaciones, a los voluntarios y a las fuerzas de seguridad, que han mostrado y muestran atención a las personas en su viaje hacia algo mejor. Ustedes son una pequeña realidad, ¡pero ofrecen un ejemplo de solidaridad!
Gracias también al Arzobispo Mons. Francesco Montenegro, por su ayuda, su trabajo y su cercanía pastoral. Gracias también a la señora Giusy Nicolini, alcaldesa, por lo que hace. Dirijo un pensamiento a los queridos inmigrantes musulmanes que están comenzando el ayuno de Ramadán, con el deseo de abundantes frutos espirituales. La Iglesia está cerca de ustedes en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y para sus familias.
Esta mañana, a la luz de la Palabra de Dios que
hemos escuchado, quisiera proponer algunas palabras que, sobre todo, despierten
la conciencia de todos, impulsen a reflexionar y a cambiar concretamente
ciertas actitudes.
¿Adán, dónde estás?
Es la primera pregunta que Dios dirige al hombre
después del pecado.
¿Dónde estás?
Es un hombre desorientado que ha perdido su
lugar en la creación porque cree que puede volverse potente, que puede dominar
todo, que puede ser Dios. Y la armonía se rompe, el hombre se equivoca y esto
se repite también en la relación con el otro que ya no es el hermano al que hay
que amar, sino sencillamente el otro que disturba mi vida, mi bienestar.
Y Dios hace la segunda pregunta:
Y Dios hace la segunda pregunta:
Caín, ¿dónde está tu hermano?
El sueño de ser poderoso, de ser grande como
Dios, es más de ser Dios, lleva a una cadena de equivocaciones que es cadena de
muerte, ¡conduce a derramar la sangre del hermano!
Estas dos preguntas de Dios resuenan también
hoy, con toda su fuerza.
Muchos de nosotros, también yo me incluyo,
estamos desorientados, ya no estamos atentos al mundo en que vivimos, no
cuidamos, no custodiamos lo que Dios ha creado para todos y ya no somos capaces
ni siquiera de custodiarnos unos a otros. Y cuando esta desorientación adquiere
las dimensiones del mundo, se llega a las tragedias como a la que hemos
asistido.
¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios.
Esta no es una pregunta dirigida a los demás,
es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros.
Esos hermanos y hermanas nuestros trataban de
salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz;
buscaban un lugar mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la
muerte. ¡Cuántas veces aquellos que buscan esto no encuentran comprensión,
acogida, solidaridad! ¡Y sus voces suben hasta Dios!
Y una vez más a ustedes, habitantes de Lampedusa les agradezco su solidaridad. He escuchado recientemente a uno de estos hermanos. Antes de llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes. Esos que explotan la pobreza de los demás. Esa gente que hace de la pobreza de los demás su propia fuente de ganancia. ¡Cuánto han sufrido... y algunos no han logrado llegar!
¿Dónde está tu hermano?. ¿Quién es el responsable de esta sangre?
Y una vez más a ustedes, habitantes de Lampedusa les agradezco su solidaridad. He escuchado recientemente a uno de estos hermanos. Antes de llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes. Esos que explotan la pobreza de los demás. Esa gente que hace de la pobreza de los demás su propia fuente de ganancia. ¡Cuánto han sufrido... y algunos no han logrado llegar!
¿Dónde está tu hermano?. ¿Quién es el responsable de esta sangre?
En la literatura española hay una comedia de
Lope de Vega que narra cómo los habitantes de la ciudad de Fuente Ovejuna matan
al Gobernador porque es un tirano, y lo hacen de modo que no se sepa quién ha
realizado la ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: “¿Quién ha asesinado
al Gobernador?”, todos responden: “Fuente Ovejuna, Señor”. ¡Todos y nadie!
También hoy esta pregunta surge con fuerza:
¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Nadie!
Todos nosotros respondemos así: no soy yo, yo no tengo nada que ver, serán
otros, ciertamente no yo.
Pero Dios pregunta a cada uno de nosotros:
“¿Dónde está la sangre de tu hermano que grita
hasta mí?”
Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos
perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud
hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que habla Jesús en la
parábola del Buen Samaritano: miramos al hermano medio muerto en el borde del
camino, quizá pensamos “pobrecito”, y continuamos por nuestro camino, no es
tarea nuestra; y con esto nos tranquilizamos y nos sentimos bien.
La cultura del bienestar, que nos lleva a
pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los demás,
nos hace vivir en pompas de jabón, que son bellas, pero no son nada, son la
ilusión de lo fútil, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia los
demás, es más lleva a la globalización de la indiferencia.
En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia.
En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia.
¡Nos hemos habituado al sufrimiento del otro,
no nos concierne, no nos interesa, no es un asunto nuestro! Vuelve la figura
del innominado de Manzoni. La globalización de la indiferencia nos hace a todos
“innominados”, responsables sin nombre y sin rostro.
¿Adán dónde estás?, ¿dónde está tu hermano?,
son las dos preguntas que Dios hace al inicio
de la historia de la humanidad y que dirige también a todos los hombres de
nuestro tiempo, también a nosotros.
Pero yo querría que nos hiciéramos una tercera pregunta:
Pero yo querría que nos hiciéramos una tercera pregunta:
¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y
por hechos como éste?
¿Quién ha llorado por la muerte de estos
hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por estas personas que estaban en la
barca? ¿Por las jóvenes mamás que llevaban a sus niños? ¿Por estos hombres que
deseaban algo para sostener a
sus propias familias?
Somos una sociedad que ha olvidado la
experiencia del llorar, del “padecer
con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de
llorar!
En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: “Raquel llora a sus hijos… porque ya no están”. Herodes ha sembrado muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto sigue repitiéndose…
Pidamos al Señor que borre lo que queda de Herodes también en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar sobre nuestra indiferencia, sobre la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como éste.
En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: “Raquel llora a sus hijos… porque ya no están”. Herodes ha sembrado muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto sigue repitiéndose…
Pidamos al Señor que borre lo que queda de Herodes también en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar sobre nuestra indiferencia, sobre la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como éste.
¿Quién ha llorado? ¿Quién ha llorado? ¿Quién ha
llorado hoy en el mundo?
Señor, en esta Liturgia, que es una Liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas.
Señor, en esta Liturgia, que es una Liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas.
Te pedimos, Padre, perdón, por quien se ha
acomodado, se ha encerrado en su propio bienestar que lleva a la anestesia del
corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial
han creado situaciones que conducen a estos dramas. ¡Perdón, Señor!
Señor, que escuchemos también hoy tus preguntas:
Señor, que escuchemos también hoy tus preguntas:
¿Adán, dónde estás? ¿dónde está la sangre de tu
hermano?
6/7/13
Adonde pensaba ir él - 7 - Julio- 2013- 14 -Tiempo Ordinario C
Reflexión de Carmen Pallarés:

Otras reflexiones del evangelio:
Ir a Liturgia o pinchar sobre los nombres:
5/7/13
3/7/13
Cáritas: LXX Asamblea general. Declaración final
Los representantes de las 70 Cáritas Diocesanas
de la Confederación Cáritas Española, reunidos en la 70ª Asamblea General
celebrada en El Escorial del 28 al 30 de junio de 2013, manifestamos
públicamente nuestra profunda preocupación y rechazo ante las dramáticas
situaciones que estamos viviendo en la sociedad española y que afectan a
millones de personas.
Cáritas está acompañando a diario situaciones
desesperadas y desesperanzadoras, cada una de las cuales tienen detrás vida,
rostro y nombre concretos: miles de caras y miles de vidas de quienes son
víctimas de modelo injusto que, bajo el argumento de la racionalización del
gasto y la sostenibilidad económica, es incapaz de anteponer el bien común al
beneficio individual.
Creemos que la pobreza es evitable siempre,
también en tiempos de crisis. Este es el objetivo de nuestro trabajo en cada
uno de los ámbitos territoriales de Cáritas, donde, en el seno mismo de la
Iglesia y de las comunidades cristianas, trabajamos cada día por la justicia.
Como recuerda el Papa Francisco, “la deuda
social exige la realización de la justicia social. Juntas, nos interpelan a
todos los actores sociales, en particular al Estado, a la dirigencia política,
al capital financiero, los empresarios, agropecuarios o industriales, sindicatos,
las Iglesias y demás organizaciones sociales”.
Denunciamos, por ello, la adopción de decisiones
políticas, legislativas y económicas que están generando ya, ahora mismo, el
sufrimiento de las personas afectadas, tal como pone de manifiesto la realidad
cotidiana de nuestra acción y los informes que hemos elaborado y presentado
públicamente. Esta falta de horizontes y perspectivas podría tener unas
consecuencias muy negativas para el futuro de la sociedad española, incluso a
corto plazo.
Las personas empobrecidas no son responsables de
una crisis económica que las castiga con tanta intensidad. No queremos
resignarnos a un modelo de vida caracterizado por la precariedad y un retroceso
en el reconocimiento y disfrute de los derechos humanos. Tampoco aceptamos un
proceso de fractura social legitimado por una desigualdad creciente.
En el último año hemos asistido a un importante
número de reformas legislativas que, lejos de avanzar en la solución a la
crisis, han supuesto una pérdida de derechos sociales inherentes a la dignidad
de la persona. Algunos ejemplos de ese retroceso afectan a la vivienda,
sosteniéndola como un bien de inversión antes que como un derecho; a la salud,
transformándola en una mera contraprestación y excluyendo a los migrantes en
situación irregular; al acceso a la justicia, imponiendo tasas judiciales; o al
trabajo, con medidas que no estimulan la contratación y sí, en cambio,
perjudican el empleo, como muestran los datos de la última Encuesta de
Población Activa.
Las reformas legislativas pendientes de
aprobación agravan aún más este panorama. Un ejemplo claro es la anunciada
reforma de la Administración local, que, bajo los criterios de racionalización
y sostenibilidad, supondrá alejar de las personas servicios tan esenciales como
la salud, la educación o los servicios sociales. De producirse, estaríamos
asistiendo a una involución social y a la adopción de modelos de intervención
basados en la emergencia y en el asistencialismo, que ya hemos conocido en
otras épocas y que fracasaron.
Otros ejemplos similares son las reformas
relacionadas con el sistema de justicia, en especial, las que afectan al Código
Penal y al Código Procesal Penal, que, de mantener su redacción actual, daría
lugar a situaciones injustas, como, por ejemplo, la sanción a quienes acojan a
personas inmigradas en situación irregular, y la de la justicia gratuita, que
supondría dejar fuera del sistema de protección a una parte importante de la
población.
Junto a ello, la prioridad económica que se
marca en los Presupuestos Generales del Estado para 2013 añade un motivo más de
preocupación, al consagrar la reducción del gasto para garantizar,
supuestamente, el principio de estabilidad, pero sin que se aborden con igual
intensidad la aplicación de unas adecuadas políticas fiscales redistributivas,
la lucha contra la evasión fiscal o la tasa para las transacciones financieras.
De igual forma, mostramos nuestra honda
preocupación ante el drástico recorte de la Ayuda Oficinal al Desarrollo (AOD)
en España, que pone en peligro el sistema de cooperación internacional y nos
aleja del objetivo de lograr un cambio cualitativo global y de mejorar la
atención a las personas y sus derechos, ya vivan en nuestro país o en regiones
empobrecidas.
Este conjunto de decisiones tienen un importante
impacto en la garantía de los derechos, las políticas sociales y la lucha
contra la pobreza y la exclusión. Y lo que debería entenderse como una
inversión social y el estímulo de una política de prevención por parte del
Estado, garante de derechos, se reduce drásticamente y pone en riesgo la
cohesión social al permitir que el escándalo que supone la brecha cada día
mayor entre las capas más ricas y las más pobres de nuestra sociedad siga
creciendo.
“Nos acostumbramos a levantarnos cada día –ha
dicho Francisco-- como si no pudiera ser de otra manera, nos acostumbramos a la
violencia como algo infaltable en las noticias, nos acostumbramos al paisaje
natural de la pobreza y de la miseria caminando por las calles de nuestra
ciudad”.
Nosotros, desde la unidad y la realidad
compartida cada día en Cáritas con los últimos y no atendidos que llaman a
nuestras puertas, queremos decir que no nos acostumbramos a la violencia de la
pobreza, de la desigualdad y de la injusticia. Es más, llamamos a la
responsabilidad personal y comunitaria para asumir un papel cada vez más activo
y participativo en los procesos de transformación social, desde un estilo de
vida basado en la austeridad y la sencillez evangélicas, como inspiración de
una sociedad más acogedora, fraterna y accesible.
Desde esta convicción, los participantes en esta
70ª Asamblea de Cáritas trasladamos a todos un mensaje de esperanza y una
propuesta renovada de compromiso, de trabajo y de consenso social para
construir un modelo generador de oportunidades y garante del pleno acceso a los
derechos de los más vulnerables, que sitúe a las personas empobrecidas en el
centro de la toma de decisiones y que asuma como principios éticos de gobierno
la dignidad de la persona y la búsqueda del bien común por encima del beneficio
económico y el provecho de unos pocos.
2/7/13
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