"Solemnidad de la Anunciación"
por Stefan Tertünte scj
Los Sacerdotes del Sagrado Corazón nos hemos acostumbrado mucho a estas palabras del Directorio Espiritual:
“En las palabras: ‘Ecce venio, Deus, ut faciam voluntatem tuam’ [Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad] (Heb 10,7), y en estas otras: ‘Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum’ [Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra] (Lc 1,38), se cifran toda nuestra vocación, nuestro fin, nuestro deber, nuestras promesas”.
Tal vez hayamos olvidado el título que resume el contenido del párrafo “El don de sí mismo”.
La fiesta que celebramos hoy tiene que ver sobre todo con dos palabras: libertad y don.
El P. Dehon lee la historia de la Encarnación, de hecho toda la historia de la salvación, como una historia en la que las relaciones entre Dios y los seres humanos, y luego también entre los mismos seres humanos, están marcadas por las palabras don, abandono; y éstas sólo pueden ser ofrecidas, acogidas, vividas en libertad.
Dehon subraya a menudo: Dios se da a sí mismo; Dios da a su Hijo, etc. Una entrega de sí mismo, una ofrenda que tiene lugar desde la libertad y el exceso de amor, y que se dirige al hombre.
Pero un don no sería un don, por muy amoroso que se sea, si se forzase la respuesta.
Sólo desde la libertad puede un don crear relaciones y dar forma a la vida.
Y María acepta el don, no inmediatamente, no abrumada, sino con gran libertad. Y en esta libertad deja que su vida sea moldeada por el don que recibe “fiat mihi secundum verbum tuum”.
La peculiaridad de la revelación cristiana es que el don, la libertad y el abandono están estrechamente entrelazados. Porque la vida que Dios quiere dar, su vida, es sobre todo una cosa: el abandono.
¿Y nuestra respuesta?
María nos enseña: no demasiado rápido, no precipitadamente; pero libremente, con convicción y pasión.
Porque aceptar el don de Dios significa entregarme a mi amoroso Creador y a sus sufrientes criaturas, con libertad y pasión.
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