No importa ser pequeño e incluso infinitesimal.
No importan los apodos ni lo que los demás piensen de ti,
en ese alarde tan común
de negarse a ver lo que no se ve.
Importante, sí, no perderse.
Ir dejando piedrecitas
y darse cuenta
donde Dios dejó su rastro...'
Pero lo más importante es
calzarse las botas de siete leguas
que el mismo Dios dejó escondidas,
en algún punto ignoto del camino.
Es preciso encontrarlas
y para eso hay que buscar,
ensayar caminos equívocos,
frecuentar en bosques misteriosos
y adentrarse en las grutas perdidas de ti misma
... Y es entonces, en ese preciso instante
cuando se precisará coraje para calzárselas
y mirar adelante.
Muchas serán las tentaciones y las excusas
¡Soy tan pequeño!, ¿Qué pensará el resto?,
¿Dónde voy yo con unas botas tan grandes?,
¿Y si me llevan demasiado rápido, o demasiado lejos?...
O te las calzas o se acaba el cuento.
¡Arriba! No es momento para melindres.
Una vez subido a ellas,
cuando se precisará coraje para calzárselas
y mirar adelante.
Muchas serán las tentaciones y las excusas
¡Soy tan pequeño!, ¿Qué pensará el resto?,
¿Dónde voy yo con unas botas tan grandes?,
¿Y si me llevan demasiado rápido, o demasiado lejos?...
O te las calzas o se acaba el cuento.
¡Arriba! No es momento para melindres.
Una vez subido a ellas,
la pequeñez ya no importa,
porque el regalo de Dios
siempre supera nuestros méritos
porque el regalo de Dios
siempre supera nuestros méritos
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