18/2/13

Mi Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. Por J. Mª Salaverri, sm








Cuando me enteré de su elección, hace casi ocho años, se me saltaron las lágrimas de alegría. Cuando leí su renuncia también me vinieron lágrimas a los ojos. No de tristeza precisamente. Me cuesta definir de qué, tal vez de cariño, de comprensión, de empatía. Tengo unos meses más que él… y comprendo.

He titulado estas líneas con un “mi”. Porque no soy vaticanista, ni intelectual, ni cosa parecida, no pretendo elucubrar sobre el tema. Estas sencillas reflexiones son más bien un deber de agradecimiento por la suerte que he tenido de alimentarme de sus enseñanzas durante tantos años…



La declaración
Me ha impresionado la sencillez de su declaración de renuncia. Tanto por el momento como por el contenido. Al estilo de lo que ha sido siempre: sencillo, claro, verdadero. Ha aprovechado una reunión ordinaria a la que asisten algunos cardenales. No los ha convocado expresamente. No ha dramatizado una decisión poco corriente. Ha sido un punto más de una reunión normal. Normalidad de la que ya había hablado con sencillez en las cordiales conversaciones con Peter Seewald  en “Luz del mundo”.
Normal y sincero es también el texto de su declaración. Ya habrá quienes especulen sobre motivaciones ocultas, desengaños, enfrentamientos solapados… Nunca ha sido su estilo tirar la toalla ante dificultades o incomprensiones. Siempre ha sabido hacer frente. Aquí, confiesa sencillamente “falta de fuerzas”, “vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me ha sido encomendado”. Tiene la mente lúcida, pero un Papa hoy tiene que moverse mucho, tener jornadas agotadoras…y eso desgasta mucho.
Me ha gustado el estilo sencillo de la declaración, muy medida para ajustarse al derecho canónico vigente. Y aunque toma una decisión distinta de su predecesor, hace una delicada alusión a él diciendo  que ese ministerio, por su naturaleza espiritual puede ser llevado  “en no menor grado sufriendo y rezando”… Pero él, en conciencia, ha tomado otro camino. Da gracias y “pido perdón por todos mis defectos”.
 
 
 
Una idea clave
Descubrí, o mejor descubrimos mi amigo el padre Mario González-Simancas y yo, a Joseph Ratzinger, allá a finales de los años 60. Nos impresionaron su claridad y su visión de la vida del mundo y de la Iglesia. Conservo este párrafo suyo de 1968, que he utilizado con mucha frecuencia pues me pareció profético:  
El porvenir de la Iglesia no puede venir y no vendrá más que de aquellos que tienen profundas raíces y viven en plenitud su fe. No puede venir de aquellos que no saben vivir más que en el instante. Tampoco vendrá de los que critican a los demás y se consideran como la norma de la infalibilidad, ni de los que escogen caminos fáciles y evitan el de la Pasión, el de la Fe, de los que bautizan la mentira y los vejestorios...
El porvenir de la Iglesia, una vez más, llevará la marca de sus santos: es decir de aquellos hombres que encuentran un sentido detrás de las frases, y por eso mismo son modernos. De aquellos hombres capaces de ver con más acuidad porque su vida abarca espacios más amplios. Esta muerte a sí mismo que libera al hombre, sólo se adquiere en la paciencia de las pequeñas renuncias de cada día.”
 
 
Desde entonces le fui siguiendo, leyendo sus escritos (todos no, ¡imposible!), analizando su trabajo en la Congregación de la Doctrina de la Fe (¡qué maravilla de sensatez y ponderación sus dos escritos sobre la teología de la liberación!). Siempre me pareció ver, como en filigrana, en todos sus escritos y actuaciones, estas líneas que acabo de citar.
 
 
 
Benedicto XVI
Por eso cuál no fue mi alegría cuando el 19 de abril de 2005 fue elegido Papa.
Y mi perplejidad al ver las reacciones tan negativas de cierta prensa  y hasta de “fieles” cristianos. Llego a casa y me dicen: ‘¡Sabemos poco de el!’ Fui a mi despacho y les llevé siete u ocho libros suyos, entre ellos su autobiografía. Todos con subrayados a lápiz. Lo siento, pero tengo esa mala costumbre…: `¡Ahí tenéis, una maravilla!’  Peor lo pasé al día siguiente al final de una oración con jóvenes. Uno me dice: - “¡Qué desastre de Papa han elegido!” Le pregunté por qué: - “¡Un inquisidor!  Va a echar abajo todo lo de Juan Pablo II…” Y toda la retahíla de  pinceladas negativas con que la “gran prensa” había ido elaborando el retrato-robot de un ficticio Ratzinger. Sin olvidar lo de “panzercardinal”, un peligroso tanque que nos iba a arrollar. No sirvió para nada decirles que yo lo conocía, que era sencillo, cercano, dialogante. Los prejuicios suelen resultar más fuertes que las razones.
Pedí el salón de actos del Colegio. Anuncié una charla sobre el tema. Hubo lleno. No quise que fuera una simple apología de Benedicto XVI, sino una visión más amplia. De fe y confianza en el Espíritu Santo que anima a la Iglesia. Por eso puse por título “El Papa. Consideraciones, desde la fe, sobre el paso de un Papa a otro”.  Quise mostrar que en este siglo XX, nada fácil, siempre había aparecido el Papa que se necesitaba; y que el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, “funciona”.
 
 
 
Han pasado ocho años
Siempre he seguido los Papas de mi vida. A este mucho más. Leyendo todo lo que decía. “¡Qué pontificado!”, me escribía mi amigo Mario, poco antes de su muerte. Efectivamente, en poco tiempo ha enderezado muchas cosas. Decían: ‘No se ganará a los jóvenes’. Y se los ganó en las tres JMJ en las que ha participado. Muchos de sus viajes fueron difíciles –Chequia, Tierra Santa, Reino Unido, Alemania…–. Profetizaron un fracaso, pero al final sus palabras, en todas esos lugares, han sido proféticas. Una maravilla. En las audiencias semanales ha llegado a tener más personas que su predecesor... Ha sido muy claro y muy firme corrigiendo los abusos en la Iglesia. “El barrendero de Dios”, le han llamado. Pocos teólogos contemporáneos han sabido poner en circulación armónica fe, verdad, razón, libertad, caridad. Y un lago etcétera.
Ante su renuncia las apreciaciones han sido en general favorables.  Por eso qué tristeza -y hasta indignación- sentí al leer un articulista, ¡católico!, que lo minimiza, que habla de fracasos (que no cita) y que llega a decir que “ha sido un pontificado gris”. Apreciación injusta y mezquina.
Y ya que salió esa palabra ¡cuánta mezquindad se ha utilizado contra él! Y no me refiero solo al mayordomo. Sino a esos pequeños alfilerazos sutilmente desprestigiadores desde ambientes católicos. Pues ¡cuántas veces he tenido que explicar que sus ‘famosos’ zapatos de Prada no eran de Prada! Sino algo más sencillo y entrañable. Y la mezquindad de aquel artículo, en revista católica, digno del hijo fiel del Evangelio, escandalizado de que a los hijos pródigos del anglicanismo se les facilitara un régimen especial; y diciendo que antes habría que ponerlos en cuarentena por el peligro de llenar la Iglesia de ¡conservadores! No me imagino al Padre esperando cuarenta días para matar el ternero cebado. Y ese otro artículo que señalaba que en las JMJ de Madrid, en la noche de la tormenta, después del maravilloso silencio al aparecer el Santísimo, el Papa tuvo el fallo de no decir: “Ahora ¡a hacer una colecta para el cuerno de África!”. Utopía fuera de lugar. Y peor aún esa fundación, cuyo nombre y directivo prefiero olvidar, -yo la llamaría “Fundación de los 30 monedas”- que cada año premia, en nombre de la libertad, a quien se ha enfrentado al Papa y las enseñanzas de la Iglesia…  Ha habido mucha mezquindad con Benedicto XVI. Él ya previó que los lobos aullarían y pidió oraciones; han aullado, pero él ha seguido su camino impertérrito. Podría añadir más detalles. ¿No hay en todo eso lo que Julián Marías llamaba “rencor contra la excelencia”?
 
 
 
Sí, excelencia… y sencillez
Excelencia, y no como título honorífico, sino como categoría, la de Benedicto XVI. He sentido ganas de llorar. Sí, de llorar de pena, de dolor, y también de ternura al ver a Benedicto XVI de rodillas, pidiendo perdón... y justicia. Leyendo la carta pastoral a los obispos de Irlanda sobre los abusos a menores por parte de sacerdotes y consagrados a Dios. Condenando sin medias tintas esa aberración. Con palabras duras, parecidas a las de Cristo contra los que escandalizan a los pequeños. No ha hablado, como Jesús, de rueda de molino, pero casi, casi… Y a la vez, también como Jesús en la Pasión, llevando a cuestas esos pecados.
Al terminar la peregrinación papal a Tierra santa, Shimon Peres afirmó ante los periodistas:
(Benedicto XVI) ha afrontado las cuestiones más serias de nuestro tiempo. El mundo necesita un gran líder espiritual. Y el Papa tiene ese liderazgo moral y de pensamiento. El problema para ustedes, periodistas, es que no ha sido un viaje para las páginas de los periódicos, ha sido un viaje para los libros de Historia”. 
O las palabras de David Cameron al despedirle de su visita al Reino Unido el 18 de septiembre de 2010: “Gracias por habernos hecho sentar y pensar”. Sí, les hizo pensar. ¡Qué maravilla de concisión y claridad su discurso en Westminster Hall, ante los más relevantes políticos y las dos Cámaras reunidas! Apeló, ante creyentes y agnósticos, a la razón y a la ley natural.
Y en Alemania…, pero no quiero citar más. Sus “lecciones” -es un maestro-  han sido precisas, claras y profundas. Incluso en los libros-entrevista, ¡qué delicia de sencillez y espontaneidad su conversación con Peter Seewald!
 
 
 
Un legado
Este pontificado, breve pero intenso, ha preparado un buen camino para su sucesor. Seriedad y claridad en la Iglesia: ante la pederastia o lo negativo, tolerancia cero. Una prioridad: la santidad. Además un regalo inmenso de cuyo alcance pocos se dan cuenta: los tres libros sobre “Jesús de Nazaret”. Con su categoría de teólogo y la discreta cobertura de Pontífice, nos ha dicho que el Jesús de nuestra fe es el Jesús histórico. Ante un sutil semi-racionalismo infiltrado hoy ha sido claro y rotundo:
Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios”.
 
 
 
Queridos amigos, os invito a volver a leer la cita con qué he comenzado esta ocurrencia. ¿No refleja lo que ha hecho este gran Papa? ¡Gracias, Benedicto XVI!
Y de paso, ¡bienvenido sea su sucesor! Puede contar totalmente con la fidelidad, el cariño y la oración de este marianista ya anciano que ha visto cómo el Espíritu Santo ha hecho maravillas con los sucesivos Papas de su vida.¡Gracias, Señor!

José María Salaverri sm, 15 de febrero de 2013
 
 
 

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