Queridos hermanos y
hermanas.
Hoy
celebramos la Epifanía, "manifestación" del Señor. Esta fiesta está
ligada al relato bíblico de la venida de los Magos de Oriente a Belén para
rendir homenaje al Rey de los Judíos: un episodio que el papa Benedicto XVI ha
comentado maravillosamente en su libro sobre la infancia de Jesús. Esa fue
precisamente la primera "manifestación" de Cristo a los gentiles. Por
lo tanto, la Epifanía pone en evidencia la apertura universal de la salvación
traída por Jesús. La liturgia de este día vítores: "Te adorarán, Señor,
todos los pueblos de la tierra". Entre nosotros y para todos los pueblos.
De hecho, esta fiesta
nos hace ver un doble movimiento:
Por un lado, el
movimiento de Dios hacia el mundo, hacia la humanidad - de toda la historia de
la salvación, que culmina en Jesús .
Y, por otro lado, el
movimiento de los hombres hacia Dios. Pensemos en las religiones, la búsqueda de la verdad, al camino de los
pueblos hacia la paz, la paz interior, la justicia, la libertad.
Y este doble
movimiento es impulsado por una atracción mutua. Por parte de Dios, es su amor
por nosotros: somos sus hijos, nos ama, y quiere liberarnos del mal, la enfermedad,
la muerte, y llevarnos a su casa, en su Reino.
"Dios, por pura
gracia, nos lleva a unirnos a Él".
Y también de nuestro
lado hay un amor, un deseo: el bien nos atrae, la verdad nos atrae, la
vida, la felicidad, la belleza...
Jesús es el punto de
encuentro de esta atracción mutua y este doble movimiento. Es Dios y hombre.
¡Pero la iniciativa
es de Dios! ¡El amor de Dios viene primero que el nuestro! Él siempre toma la
iniciativa, Él nos espera, Él nos invita.
La iniciativa es
siempre suya.
Jesús es
Dios que se ha hecho hombre, se ha encarnado, ha nacido para nosotros.
La nueva estrella que
se apareció a los Magos era la señal del nacimiento de Cristo. Si no hubieran
visto la estrella, esos hombres no habrían ido.
La luz nos precede,
la verdad nos precede, la belleza nos precede. Dios nos precede.
El profeta Isaías
decía que Dios es como la flor de la magnolia, porque en aquella tierra la
magnolia es lo primero que florece.
Y Dios siempre nos
precede, siempre es el primero, nos busca y da siempre el primer paso, y esta
gracia ha aparecido en Jesús.
Él es la epifanía, la
manifestación del amor de Dios.
La
Iglesia está dentro de este movimiento de Dios hacia al mundo: su alegría es el
Evangelio, es reflejar la luz de Cristo.
La Iglesia es el
pueblo de los que han experimentado esta atracción y la llevan dentro, en el
corazón y en la vida.
Me gustaría decir
sinceramente a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, decir
respetuosamente a los que son temerosos o a los indiferentes: ¡El Señor también
te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!. El Señor
te llama, el Señor te busca, el Señor te espera.
El Señor no hace
proselitismo, da amor.
Y ese amor te busca, a
ti, que en este momento no crees o estás lejos.
Le
pedimos a Dios, para toda la Iglesia, la alegría de evangelizar, porque
"ha sido enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de
Dios a todos los pueblos" (Ad gentes, 10).
La Virgen María nos
ayude a ser, todos, discípulos-misioneros, pequeñas estrellas que reflejan su
luz.
Y rezamos para que
los corazones se abran para acoger el anuncio, y todos los hombres lleguen
"a ser partícipes de la promesa por medio del evangelio" (Ef. 3,6).
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