Valencia 21 de marzo 2020. Semana 1 de aislamiento
Estamos viviendo una
situación excepcional. La pandemia del COVID19 está entrando en nuestras vidas
como un tsunami, que vemos venir, y nos estamos poniendo a salvo en la altura
de nuestras casas, pero sabemos que va a arrasar con mucho de lo que nos rodea.
Las tres últimas generaciones no hemos vivido una guerra global, pero esta
experiencia se va asemejando cada vez más a una guerra, con un frente de
batalla en los hospitales y la relación de caídos que gotea día a día.
Frente a esta enorme
crisis que se avecina el shock es similar al diagnóstico de cáncer, que amenaza
nuestra vida de golpe y podría acabar con ella, que rompe todos nuestros planes
y produce una ruptura biográfica, un alto en el camino. Para muchos quizás por
primera vez se plantea la posibilidad de morir o ver morir a un ser querido. O
ver morir nuestra forma de vida, el trabajo, las ilusiones, los proyectos.
Son muchas las
pérdidas. En la salud en primer lugar, ante el riesgo de contagiarse. A nivel
emocional por la separación obligada, la falta de contacto, los abrazos, los
besos, la distancia. La pérdida social ya se avecina, en puestos de trabajo,
paro, desplome de la economía. El debate intelectual se acrecienta, buscando
culpables, exigiendo responsabilidades, desconfiando de las autoridades, la
pérdida de la confianza. Y por supuesto la pérdida del sentido, en esa
dimensión espiritual que nos caracteriza como seres humanos y que necesita
saber no sólo el por qué sino el para qué todo esto. Dónde nos va a llevar esta
crisis global nunca antes afrontada, qué humanidad va a surgir de esta brutal
experiencia, en qué apoyamos nuestra fe y nuestra esperanza.
Es bueno e inevitable
pararse a reflexionar sobre esta realidad. Como dice Viktor Frankl, no se trata
de preguntarnos qué le pido yo a la vida, sino qué nos pide la vida a cada uno
de nosotros. Se nos puede privar de libertad, de salud, de medios, de
tranquilidad, de proyectos, pero lo que nadie nos puede arrebatar es elegir la
actitud ante la adversidad y el sufrimiento. Tenemos en nuestro interior la
capacidad de decidir cómo quiero yo vivir este periodo de mi vida. Algo que nos
ha dado este frenazo obligado en la actividad diaria es tiempo, de pensar y
encontrarnos a nosotros mismos.
Y ante las crisis,
ante la enfermedad, ante cualquier pérdida, hay varias actitudes. La primera es
la de huida: mejor no pensar en ello, vamos a tomarlo como algo incluso
divertido, me despreocupo, y miro hacia otro lado. A ratos es una actitud
necesaria, hay que tener oasis entre tanta información, hay que reír, bromear,
desprenderme de noticias difíciles de digerir. Pero no nos podemos quedar ahí
todo el tiempo.
Una segunda actitud
es la de amenaza, sabemos que esto va a más, el miedo se apodera y no nos deja
vivir la ansiedad. Me atrapa el móvil y los mensajes, los comunicados,
desconfío de cada persona que me cruzo que puede contagiarme. Perdemos la paz y
no podemos dormir bien, estamos cada vez más preocupados, antes de que pasen
las cosas ya imaginamos escenarios terribles y somos nosotros los que
contagiamos preocupación.
La tercera actitud es
la de pérdida. Ante lo que nos viene encima estamos desbordados, hemos llegado
tarde y mal, ya no hay remedio. Es una postura catastrofista que nos sume en la
depresión, total, qué más da lo que yo haga, si está fuera de mi alcance y la
sociedad va a naufragar, para qué esforzarse. Yo voy a la mía y me olvido de lo
que pueda necesitar el de al lado. Es la peor de las actitudes porque pierde la
esperanza y nubla la capacidad de decidir y actuar.
Hay una actitud menos
dañina que es la resignación. Nos ha tocado, veremos cómo salimos de ésta,
dejemos que los demás hagan lo que puedan. No ve sólo los negros nubarrones,
está dispuesto a aguantar, pero se queda parado sin hacer todo lo que sus
fuerzas y sus condiciones aún le permiten. No colabora activamente.
Para actuar hace
falta un acto de voluntad, una decisión firme y convencida, la actitud de lucha
o de reto. Es sin duda la mejor de las actitudes ante esta crisis. Yo tengo
algo que hacer, debo encontrar qué, preguntarme cada día cual es mi papel desde
mi aislamiento, alzando la vista y buscando las necesidades y carencias de
otros que me necesitan. Existe un sentido, toda situación en la vida, por
difícil que sea, tiene un sentido afirma Viktor Frankl. Su vida en los campos
de concentración demostró que no es sólo un deseo o una utopía sino una
realidad al alcance de cada uno. Puede ser muy duro, para algunos lo va a ser,
pero siempre, siempre hay un motivo para seguir luchando. Unidos venceremos al
virus, se oye estos días. Hay que alzar esa voz y que resuene cada mañana en
nuestras conciencias, en la soledad de nuestras casas.
Para algunos están
llegando momentos de pérdida extrema, con familiares que son positivos y quedan
confinados en habitaciones de hospital donde no se les puede volver a ver en
días, y en ocasiones mueren sin compañía, en soledad. No es la cantidad de
muertes que aún está previsto que ocurran. Por miles que sean, cada año mueren
en España más de cuatrocientas mil personas; millones mueren en todo el mundo
de hambre, guerras y enfermedades evitables en el mundo. Lo que nos afecta es vivirlo
en directo, a través de los medios, y la tremenda igualdad que esta pandemia
provoca, pues no hay dinero que la evite. En estos casos límite, cuando ya nada
más se puede hacer, ya solo queda la última actitud, la de aceptación de lo que
no se puede cambiar. Si algunos de nosotros llegamos a vivir esa experiencia en
la propia familia, contagio, enfermedad, aislamiento, e incluso muerte, junto a
la tristeza inevitable, es posible alcanzar la aceptación de haber hecho todo
lo posible y seguir viviendo por amor a los demás que nos rodean.
Entre la huida, la
amenaza, la depresión y la resignación, la vida nos invita al desafío de
iniciar una nueva forma de hacer las cosas, la solidaridad frente a la
individualidad, la valoración de las pequeñas cosas cotidianas frente al
consumo, el amor frente al egoísmo. Nos espera un mundo diferente cuando el
tsunami pase, cuando la vacuna, que llegará más pronto que tarde, consiga
vencer la pandemia global. Pero todos vamos a salir tocados, nadie quedará
indemne. De cada uno depende elegir su actitud día a día. Es un reto que la
vida nos pone delante. Aceptémoslo, y con la confianza en los que están
luchando en primera fila por vencerlo, y a quienes hemos
de mostrar claramente nuestra gratitud, dejemos abierta la puerta de la
esperanza de ver un mundo mejor que el que habíamos construido hasta ahora.
José Luis Guinot Rodríguez
Médico Oncólogo
Presidente de la Asociación Viktor E Frankl de Valencia
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