27/6/13

Papa Francisco: el templo





AUDIENCIA GENERAL

26-6-2013


Queridos hermanos y hermanas: 

Hoy quisiera referirme brevemente a otra imagen que nos ayuda a ilustrar el misterio de la Iglesia: la del templo


¿Qué nos sugiere la palabra ‘templo’? Nos hace pensar en un edificio, en una construcción. De modo especial, la mente de muchos va a la historia del pueblo de Israel narrada en el Antiguo Testamento. En Jerusalén, el gran templo de Salomón era el lugar del encuentro con Dios, de la oración; en el interior del templo estaba el Arca de la Alianza, signo de la presencia de Dios en medio del pueblo. Y en el Arca estaban las Tablas de la Ley, el maná y el bastón de Aarón: un recuerdo de que Dios siempre estuvo presente dentro de la historia de su pueblo, acompañando su camino y guiando sus pasos. El templo recuerda esta historia; también nosotros, cuando vamos al templo, debemos recordar esta historia, cada uno de nosotros nuestra historia: cómo Jesús me encontró, cómo Jesús caminó conmigo, cómo me ama y me bendice Jesús. 

Así pues, lo que estaba prefigurado en el antiguo Templo, lo realiza el poder del Espíritu Santo en la Iglesia: la Iglesia es la "casa de Dios", el lugar de su presencia, donde podemos encontrar y estar con el Señor; la Iglesia es el templo en el que habita el Espíritu Santo que la anima, la guía y la sostiene. Si nos preguntamos, ¿dónde podemos encontrar a Dios? ¿Dónde podemos entrar en comunión con Él por medio de Cristo? ¿Dónde podemos encontrar la luz del Espíritu Santo para que ilumine nuestras vidas? La respuesta es: en el pueblo de Dios, en medio de nosotros, que somos Iglesia. Entre nosotros, dentro del pueblo de Dios y de la Iglesia, allí encontraremos a Jesús, al Espíritu Santo, encontraremos al Padre. 

El antiguo templo fue edificado por las manos de los hombres: se quería “dar una casa” a Dios, para tener un signo visible de su presencia en medio del pueblo. Con la Encarnación del Hijo de Dios, se cumple la profecía de Natán al Rey David (cfr 2 Sam 7,1-29): no es el rey, no somos nosotros quienes “damos una casa a Dios”, sino que es Dios mismo quien “construye su casa” para venir a habitar en medio de nosotros, como escribe San Juan en su Evangelio (cfr 1,14). Cristo es el Templo viviente del Padre, y Cristo mismo edifica su “casa espiritual”, la Iglesia, que no está hecha de piedras materiales sino de piedras vivas, que somos nosotros. 

El apóstol Pablo dice a los cristianos de Éfeso: vosotros estáis «edificados sobre los cimientos de los apóstoles y de los profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por Él, todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu» (Ef 2,20-22). ¡Esto es hermoso! Nosotros somos las piedras vivas del edificio de Dios, profundamente unidas a Cristo, que es la roca de apoyo, y también de apoyo entre nosotros, ¿no? ¿Y qué significa esto? Que el Templo somos nosotros, pero nosotros, vivos, nosotros somos la Iglesia viviente, somos el Templo vivo, y cuando estamos juntos entre nosotros está también el Espíritu Santo que nos ayuda a crecer como Iglesia. No estamos aislados, somos el pueblo de Dios, y ésta es la Iglesia: Pueblo de Dios. 

Y es el Espíritu Santo con sus dones, quien diseña la variedad: esto es importante. ¿Qué hace el Espíritu Santo entre nosotros? Dibuja la variedad, la variedad que es la riqueza de la Iglesia y une todo y a todos, a fin de constituir un templo espiritual, donde no ofrecemos sacrificios materiales, sino a nosotros mismos, nuestra vida (cf. 1 Pt 2, 4-5). 

La Iglesia no es una trama de cosas e intereses, sino que es el templo del Espíritu Santo, el Templo donde Dios obra, el Templo en el que cada uno de nosotros con el don del Bautismo es piedra viva. Esto nos dice que nadie es inútil en la Iglesia. ¡Nadie es inútil en la Iglesia! Y si alguien, por casualidad, dice, cualquiera de ustedes: "ve a casa, tú eres un inútil", ¡eso no es verdad! ¡Nadie es inútil en la Iglesia: todos somos necesarios para construir este templo! Nadie es secundario. "Ah, yo soy el más importante en la Iglesia!": ¡no! ¡Todos somos iguales ante los ojos de Dios, todos, todos! Pero alguno de ustedes podría decir: "Escuche, señor Papa, usted no es igual a nosotros". ¡Sí, soy como cada uno de ustedes, todos somos iguales, somos hermanos! 

Nadie es anónimo: todos formamos y construimos la Iglesia. Esto nos invita también a reflexionar sobre el hecho de que si falta el ladrillo de nuestra vida cristiana, le falta algo a la belleza de la Iglesia. Y, si algunos dicen, "Ah, yo no, yo no tengo nada que ver con la Iglesia". ¡Pero entonces faltará el ladrillo de tu vida, en este hermoso templo! Nadie puede marcharse ¿eh? ¡Todos tenemos que llevar a la Iglesia nuestra vida, nuestro corazón, nuestro amor, nuestro pensamiento, nuestro trabajo... Todos juntos! 

Quisiera entonces que nos preguntásemos: ¿cómo vivimos nuestro ser Iglesia? ¿Somos piedras vivas o somos, por así decir, piedras cansadas, aburridas, indiferentes? ¿Han visto qué feo es ver un cristiano cansado, aburrido, indiferente? Un cristiano así no va bien, el cristiano ha de ser vivo, alegre de ser cristiano; debe vivir esta belleza de formar parte del pueblo de Dios que es la Iglesia. ¿Nos abrimos a la acción del Espíritu Santo para ser parte activa de nuestras comunidades, o nos encerramos en nosotros mismos diciendo: “tengo muchas cosas que hacer, no es tarea mía”? 

Que el Señor nos conceda su gracia, su fuerza, para que podamos estar profundamente unidos a Cristo, que es la piedra angular, el pilar, la piedra de apoyo de nuestra vida y de toda la vida de la Iglesia. Oremos para que, animados por su Espíritu, seamos siempre piedras vivas de su Iglesia.



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