28/12/14

Grupo Valencia: reunión y celebración de la Navidad




El pasado 16 de diciembre, nos reunimos en Esic, el grupo local de laicos dehonianos,  con la ausencia de 5 miembros, por motivos diversos.


-Oración inicial
-Lectura del texto del P Dehon:

“En las palabras “Ecce venio”: Heme aquí, Señor;  y “Ecce ancilla”: He aquí la esclava del Señor se encuentra toda nuestra vocación, nuestro fin,  nuestro deber y nuestras promesas.

En todas las circunstancias, en todos los acontecimientos de nuestra vida presente y futura, el Ecce venio basta, si está en el pensamiento y en el corazón, al mismo tiempo que lo pronuncian nuestros labios.

Ecce venio, aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad; aquí estoy dispuesto a obrar, a emprender, a sufrir lo que quieras, a sacrificar lo que me pidas.
Podemos vivir sin inquietud, ya que la voluntad de Dios se manifiesta a cada instante; y si, a causa de la oscuridad, la incertidumbre llena nuestro espíritu y nuestro corazón, perseveremos con paciencia y con amor en este estado, hasta que la sabiduría y la bondad de Dios se complazcan en hacer que brille de de nuevo su luz.”  (Dir. Esp. 3,8)

- Proclamación de la Palabra

Juan 1,6-8. 19-28 
Lucas 1, 26-38 

 - Reflexión

   Entresaco esta frase del texto de Juan:

 Allanad el camino del Señor»

Tengo que estar atento y agradecido, a las personas que Dios me envía, en distintos momentos de mi vida para que mi ser  se prepare, y para hacer posible mi encuentro personal con Jesucristo.

Si alguien conocido me llama y me dice:
Tengo ganas de verte, quiero estar  contigo. ¿Cuándo podemos quedar?
Quien me llama y solicita estar conmigo, está dispuesto a dejar de lado sus asuntos, para venir a verme.

¿Y yo? ¿Qué tengo que hacer  para preparar el camino  que le lleva a mí, a esa persona? Es decir, para hacer posible que nos encontremos.

Primero responder a esta pregunta ¿Yo quiero?
Las prisas, las múltiples ocupaciones me pueden hacer la vida complicada para encontrarme con el Señor.
Dios me envía mensajeros para que pare, le escuche, y viva, junto a Él, lo verdaderamente auténtico de la vida.

En las relaciones de amistad, entre padres e hijos, entre hermanos, suele ser siempre uno el que tira más del carro de la relación, buscando ese rato de encuentro, de intimidad, de estar simplemente juntos.
Y, ¡cuántas veces no es posible por las múltiples ocupaciones del otro!

Con Jesucristo, tenemos  la suerte, que siempre es Él quien tira del carro.

 - Puesta en común. Fue muy rica e interesante.

Después de la reunión, nos juntamos para celebrar la Navidad, y tomamos un piscolabis con la comida que cada uno aportó.


















23/12/14

Papa Francisco: Las 15 enfermedades de la Curia Romana






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El Papa Francisco pidió este lunes a sus colaboradores de la Curia Romana que hagan un “auténtico examen de conciencia” para reconocer sus límites y pecados, y pedir perdón a Dios como preparación a la Navidad.
 
En este histórico discurso, que tiene lugar en pleno proceso de reforma de los organismos vaticanos, el Papa compara la Curia Romana a un cuerpo del que forman parte los dicasterios, consejos, oficinas, tribunales, cada uno con una función específica.
 
También la Curia, añadió el Papa, “como todo cuerpo, como todo cuerpo humano está expuesta a las enfermedades”. En particular, mencionó quince enfermedades con el objetivo de que los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos puedan prepararse a recibir el sacramento de la confesión antes de esta Navidad.
 
Así presentó el Papa estas quince enfermedades.
 
1. La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune”, o incluso indispensable, descuidando los controles necesarios y habituales. Una Curia que no se autocritica, que no se actualiza, que no trata de mejorarse, es un cuerpo enfermo. ¡Una visita a un cementerio nos podría ayudar a ver los nombres de tantas personas, de las que en algunos casos quizá pensábamos que eran inmortales, inmunes e indispensables! Es la enfermedad del rico inconsciente del Evangelio, que pensaba vivir para la eternidad (Cf. Lucas 12, 13-21) y de quienes se convierten en dueños y superiores a todos, en vez de ponerse al servicio de los demás. Esta enfermedad deriva con frecuencia de la patología del poder, del “complejo de los elegidos”, del narcisismo que mira con pasión la propia imagen y no ve la imagen de Dios impresa en el rostro de los demás, especialmente de los más débiles y necesitados (Cf. “Evangelii Gaudium”, 197-201). El antídoto a esta epidemia es la gracia de sentirnos pecadores y de decir con todo el corazón: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lucas 17, 10).
 
2. Hay otra: la enfermedad del “martismo”, que viene de Marta, la excesiva laboriosidad: es decir, quienes se sumergen en el trabajo, descuidando inevitablemente “la mejor parte”: sentarse a los pies de Jesús (cf. Lucas 10, 38-42). Por este motivo Jesús propuso a los discípulos “descansar algo” (cf. Marcos 6, 31), pues descuidar el necesario descanso lleva al estrés y a la agitación interior. El tiempo de descanso de quien ha cumplido con su misión es necesario, un deber y debe ser vivido seriamente: al transcurrir algo de tiempo con los familiares y al respetar las vacaciones como momentos de  regeneración espiritual y física; es necesario aprender lo que enseña el Qohélet, que “hay un tiempo para cada cosa” (3, 1-15).
 
3.Se da también la enfermedad de la “fosilización” mental y espiritual: es decir, de quienes tienen un corazón de piedra y son “duros de cerviz” (Hechos de los Apóstoles 7, 51-60); de quienes, con el tiempo, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden bajo documentos de papel, convirtiéndose en en “máquinas de burocracia” y no en “hombres de Dios” (cfr. Hebreos 3, 12). ¡Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria que nos permite llorar con quienes lloran y alegrarnos con quienes se alegran! Es la enfermedad de quienes pierden “los sentimientos de Jesús" (Cf. Filipenses 2, 5-11), pues su corazón, con el paso del tiempo, se endurece y se hace incapaz de amar incondicionalmente al Padre y al prójimo (cf. Mateo 22, 34-40). Ser cristiano significa “tener los mismos sentimientos de Jesucristo, sentimientos de humildad y de entrega, de desapego y generosidad”.
 
4. La enfermedad de una planificación excesiva y del funcionalismo:
Cuando el apóstol planifica todo minuciosamente y cree que con una perfecta planificación todo avanza se convierte en un contable o asesor fiscal. Prepararlo todo bien es necesario, pero sin caer nunca en la tentación de querer encerrar y pilotar la libertad del Espíritu Santo, que siempre es más grande, más generosa que toda planificación humana (cf. Juan 3,8). Se ca en esta enfermedad porque “siempre es más fácil y cómodo sentarse en las propias posiciones estáticas e inmutables. En realidad, la Iglesia es fiel al Espíritu Santo en la medida en que no busca regularlo ni amaestrarlo… Amaestrar al Espíritu Santo… Él es frescura, fantasía, novedad” (Benedicto XVI, audiencia general del 1 de junio de 2005).

5. La enfermedad de la mala coordinación: cuando los miembros pierden la comunión entre ellos mismos y el cuerpo pierde su funcionalidad armoniosa y su temperanza, convirtiéndose en una orquesta que hace ruido, pues sus miembros no colaboran, no viven el espíritu de comunión y de equipo. Cuando el pie le dice al brazo: “no te necesito”, o la mano a la cabeza: “aquí mando yo”, causando de este modo malestar y escándalo.
 
6. Se da también la enfermedad del Alzheimer spirituale: es decir, la del olvido de “la historia de la Salvación”, de la historia personal con el Señor, del “primer amor” (Apocalipsis 2, 4). Se trata de una pérdida progresiva de las facultades espirituales, que en un periodo de tiempo más o menos largo provoca graves discapacidades en la personas, haciendo que sea incapaz de hacer nada autónomamente, viviendo en un estado de absoluta dependencia de sus visiones, con frecuencia imaginarias. Lo vemos en aquellos que han perdido la memoria del su encuentro con el Señor; en quienes no tienen el sentido deuteronómico de la vida; en quienes dependen completamente de su “presente”, de sus pasiones, caprichos, y manías; en quienes edifican a su alrededor muros y costumbres, convirtiéndose cada vez mas en esclavos de los ídolos que han esculpido con sus propias manos.
 
7. La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria: cuando la apariencia, el color del vestido y las insignias honoríficas se convierten en el objetivo primario de la vida, olvidando las palabras de San Pablo: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás” (Filipenses 2, 1-4). Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir en un falso “misticismo”. El mismo san Pablo los define “enemigos de la Cruz de Cristo”, “cuya gloria está en su vergüenza, pues no piensan más que en las cosas de la tierra”  (Filipenses 3, 19).
 
8. La enfermedad de la esquizofrenia existencial: es la enfermedad de quienes viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y progresivo vacío espiritual que doctorados y títulos académicos pueden llenar. Una enfermedad que afecta con frecuencia a quienes, tras abandonar el servicio pastoral, se limitan a los asuntos burocráticos, perdiendo el contacto con la realidad, con las personas concretas. Crean así su propio mundo paralelo, en el que dejan de lado todo lo que enseñan severamente a los demás y comienzan a vivir una vida escondida y con frecuencia disoluta. La conversión es sumamente urgente e indispensable para esta grave enfermedad (cfr. Lucas 15,11-32).
 
9. La enfermedad de los chismes y de la murmuración: de esta enfermedad ya he hablado muchas veces, pero nunca suficientemente: es una enfermedad grave, que comienza simplemente con una conversación y se adueña de la persona, haciendo que se convierta en “sembradora de cizaña” (como Satanás), y en muchas ocasiones en “asesina a sangre fría” de la fama de los propios colegas y hermanos Es la enfermedad de las personas cobardes que al no tener el valor de hablar directamente chismorrean por detrás. San Pablo advierte: “Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones para que seáis irreprochables e inocentes" (Filipenses 2, 14-18). Hermanos, ¡evitemos el terrorismo de los chismes!
10. La enfermedad de divinizar a los jefes: es la enfermedad de quienes cortejan a los superiores, esperando obtener su benevolencia. Son víctimas del afán de hacer carrera y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios (cf. Mateo 23, 8-12). Son personas que viven el servicio pensando únicamente en lo que tiene que alcanzar y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas únicamente por el propio egoísmo fatal (cf. Gálatas 5, 16-25). Esta enfermedad podría golpear también a los superiores, cuando cortejan a algunos de sus colaboradores para obtener su sumisión, lealtad y dependencia psicológica, pero el resultado final es una auténtica complicidad.
 
11. La enfermedad de la indiferencia hacia los demás: cuando cada quien piensa sólo en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos expertos.  Cuando se recibe una información y se guarda en vez de compartirla con los demás. Cuando, por celos o por falsa astucia se regodea al ver cómo cae el otro, en vez de ayudarle a levantarse y alentarle.
 
 
12. La enfermedad de la cara de funeral: es decir, de personas hurañas y ceñudas, que consideran que para ser serios es necesario llenar el rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás -sobre todo a los que consideran inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo síntomas de miedo y de inseguridad en sí mismo. El apóstol debe esforzarse para ser una persona cortés, serena, entusiasta y alegre que transmita felicidad allí donde se encuentra. Un corazón lleno de Dios es un corazón feliz, que irradia y contagia con la alegría a todos los que se encuentran a su alrededor. ¡Se ve inmediatamente! No perdamos por tanto el espíritu gozoso, lleno de humor, incluso autoirónico, que nos hace personas amables, incluso en las situaciones difíciles. ¡Qué bien nos sienta una buena dosis de sano humorismo! Nos ayudará mucho rezar con frecuencia la oración de santo Tomás Moro: yo la rezo todos los días, me ayuda (Cf. Oración del buen humor de santo Tomás Moro).
 
13. La enfermedad de la acumulación: Cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro. En realidad, no nos podremos llevar ningún bien material, pues todos nuestros tesoros terrenos, aunque sean regalos, no podrán llenar nunca el vacío, es más, lo harán cada vez más exigente y profundo. A estas personas el Señor les repite: “Tú dices:  ‘Soy rico; me he enriquecido; nada me falta’. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo… Sé, pues, ferviente y arrepiéntete" (Apocalipsis 3, 17-19). La acumulación sólo da peso y hace más lento el camino de manera inexorable. Me estoy acordando de una anécdota: en una época, los jesuitas españoles describían a la Compañía de Jesús como “la caballería ligera de la Iglesia”. Recuerdo la mudanza de un joven jesuita que, mientras cargaba en un camión sus numerosos bienes (maletas, libros, objetos y regalos), alguien le dijo, con la sonrisa sabia de un viejo jesuita que le estaba mirando: “¿esta es la ‘caballería ligera de la Iglesia?”. Nuestras mudanzas son un signo de esta enfermedad.
 
 
14. La enfermedad de los círculos cerrados: Cuando la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en algunas situaciones, a Cristo mismo. Esta enfermedad también nace siempre de buenas intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un “cáncer”, que pone en peligro la armonía del Cuerpo y causa tanto mal —escándalos— especialmente entre nuestros hermanos más pequeños. La autodestrucción o “el fuego amigo” de los conmilitones es el peligro más subrepticio. Es el mal que golpea desde dentro y, como dice Cristo, “todo reino dividido contra sí mismo queda asolado” (Lucas 11,17).


15. Y la última: La enfermedad del beneficio mundano, del exhibicionismo: cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener provechos mundanos o más poderes. Es la enfermedad de las personas que tratan incansablemente de multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar, de difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas, obviamente para exhibirse y demostrar que son más capaces que los demás. Esta enfermedad también hace mucho daño al cuerpo, porque lleva a las personas a justificar el uso de cualquier medio con tal de alcanzar tal objetivo, a menudo en nombre de la justicia y de la transparencia. Aquí me viene a la mente el recuerdo de un sacerdote que llamaba a los periodistas para contarles (e invitar) cosas privadas de los propios hermanos y parroquianos. Para él lo que contaba era sólo verse en las primeras páginas, pues así se sentía “poderoso e importante” causando tanto mal a los demás y a la Iglesia. ¡Pobrecito!
 
Conclusión: 
 
El Papa concluyó después con estas palabras:
 
Una vez leí que “los sacerdotes son como los aviones, sólo hacen noticia cuando caen, pero hay muchos que vuelan. Muchos critican y pocos rezan por ellos”. Es una frase muy simpática, pero también sumamente verdadera, pues explica la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal y el mal que puede causar un solo sacerdote que “cae” a todo el cuerpo de la Iglesia.
 
Por tanto, para no caer en estos días en los que nos preparamos para la Confesión, pidamos a la Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, que cure las heridas del pecado que lleva cada uno de nosotros en su corazón, y que sostenga a la Iglesia y a la Curia para que sean sanas y sanadoras.



http://www.aleteia.org/es/religion/articulo/historico-discurso-del-papa-francisco-las-15-enfermedades-de-la-curia-romana-5337567612370944?


22/12/14

Madrid: celebración del Adviento





El día 20 de Diciembre del año en curso, nos reunimos en la Capilla del Colegio Fray Luis de León,  el grupo de jóvenes del colegio y el grupo de laicos-dehonianos local, para,  como todos los años, celebrar el ADVIENTO con la celebración de la Santa Misa, presidida por el P. Pablo " Zapi " S.C.J.

 Una vez leídas las lecturas correspondientes al día,  previo encendido de las velas que reflejaban la llegada de la LUZ;   JESUS, cada uno de nosotros con nuestra vela encendida, fuimos haciendo diversos comentarios de lo que suscitaba en nosotros la venida de Dios en este Adviento.

Una vez terminada la Santa Misa nos agasajamos con un pequeño ágape, en el que charlamos jovenes y mayores, finalizando sobre las 23,30 horas.
El encuentro fue muy creativo y jugoso, en el que los veteranos aprendimos de los jóvenes, esperando que ellos también hayan sacado buenas ideas de nuestras apreciaciones.

Por ello damos gracias a Dios, pidiéndole que nos siga ayudando en nuestro caminar.

FELIZ NAVIDAD  Y  GRACIAS A TODOS POR TODO








4/12/14

Valencia: retiro de Adviento









El sábado 29 de noviembre,  el grupo local de laicos dehonianos, tuvimos un retiro de Adviento, e los locales de Esic.  El ponente fue  J. Antonio Casalé, scj.


Empezó con este texto evangélico:

Lucas 2, 8-20
“Cerca de Belen,  había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:  
No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en el cielo,  y en la tierra paz a los hombres que Dios ama
Cuando los ángeles se volvieron al cielo, los pastores comenzaron a decirse unos a otros: Vamos, pues, a Belén, a ver lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado.
Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.”


Hubo un desmenuzamiento de la Palabra, llevado a la vida cotidiana.

Algunas otras pinceladas:

-La importancia de los pastores.
-Volver a Nazaret  y fijarnos en la familia de Jesús, y, especialmente en María,  figura clave del  Adviento.
-Volver a la vida cotidiana  y ver a María educando a Jesús, en Nazaret, desde abajo y enseñándole a hacer la experiencia de la libertad y de la gracia,
-Estamos llamados a cuidar  la Vida.
-Hágase en mí, palabra fundamental.
- Estar atentos a las señales de Dios y al plan de Dios, en la realidad de la vida cotidiana

En la charla, hubo una interesante puesta en común.
Después celebramos una Eucaristía.

Y, tras un pequeño paseo por  el parque de la plaza del Xuquer,  fuimos a comer al Bar Bocho. 

3/12/14

Fernando Rodríguez Garrapucho, SCJ, con el Papa Francisco





Fernando Rodríguez Garrapucho, SCJ,  actual delegado nacional de los laicos dehonianos de España, fue nombrado en el pasado mes de julio, miembro del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos.

El día 20 de Noviembre se reunieron los miembros del consejo, y fueron recibidos por el Papa Francisco en su residencia de Santa Marta, en el Vaticano.


28/11/14

Adviento dehonianos 2014




¿Estás preparado para escuchar su Voz?

A ciegas, sin ver de quién viene la voz, escuchas atentamente. Su voz te cautiva, te llama la atención y en ti nace la curiosidad de descubrir quién se encuentra detrás de esas notas que hacen latir tu corazón de manera diferente. Por eso, con fuerza, decides girarte… y sorprenderte.
Esa es la dinámica de “La Voz”, un programa de televisión, un talent show, que congrega a millones de personas cada semana en decenas de países de todo el mundo. Pero también nuestra dinámica en este Adviento: tratar de descubrir, escuchando “La Voz” de Dios, cómo podemos mover y conmover el mundo en el que vivimos.
El Adviento es un tiempo de escucha de la Palabra. Y eso vamos a proponernos durante este tiempo: profundizar en la Palabra de Dios, la que la liturgia nos ofrece estos días, para encontrar en ella la fuerza necesaria para mover los pilares de la tierra y de nuestra propia vida.
La Voz de Dios en este tiempo nos llama a la conversión, nos habla de ternura, de apertura, de sinceridad y verdad, de reconciliación, de misericordia, de compasión… ¿no te parece que son suficientes motivos para remover la conciencia dormida de nuestra sociedad?
¿Estás preparado para empezar a escuchar?

Comparte en las redes tu opinión, tu reflexión y tu oración. No olvides usar ‪#‎AdvientoLaVoz‬ y así entre todos podremos inundar la red, no con nuestras palabras, sino con su Palabra y lo que ella mueve. ¡Atrévete a mover el mundo!


Adviento dehonianos

25/11/14

Discurso íntegro del Papa Francisco en el Parlamento Europeo








Señor Presidente, Señoras y Señores Vicepresidentes,
Señoras y Señores Eurodiputados,
Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo,

Queridos amigos

Les agradezco que me hayan invitado a tomar la palabra ante esta institución fundamental de la vida de la Unión Europea, y por la oportunidad que me ofrecen de dirigirme, a través de ustedes, a los más de quinientos millones de ciudadanos de los 28 Estados miembros a quienes representan. 
Agradezco particularmente a usted, Señor Presidente del Parlamento, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los miembros de la Asamblea.

Mi visita tiene lugar más de un cuarto de siglo después de la del Papa Juan Pablo II. 
Muchas cosas han cambiado desde entonces, en Europa y en todo el mundo. No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y aún más la historia».1

Junto a una Unión Europea más amplia, existe un mundo más complejo y en rápido movimiento. Un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre menos «eurocéntrico». Sin embargo, una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha.

Al dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento. 

Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando. 
Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en
vida.

Un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente.

En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.

Quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: «dignidad» y «trascendente».

La «dignidad» es la palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda postguerra. 
Nuestra historia reciente se distingue por la indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las múltiples violencias y discriminaciones, que no han faltado, tampoco en Europa, a lo largo de los siglos. 
La percepción de la importancia de los derechos humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, hecho también de muchos sufrimientos y sacrificios, que ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. 
Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo, en el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente,2 dando lugar al concepto de «persona».

Hoy, la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.

Efectivamente, 
¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? 
¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? 
¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? 
¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad?

Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos.

Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. 

Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» (μονάς), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor. 
Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma.

Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.3 
En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.

Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado;4 significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. 

Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor.

Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas.

Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.

A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica.5 

El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer.

Este es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la técnica»,6 que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios».7 
Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo exasperado». 

Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. 
Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil:
Preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». 
Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.8

Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes? Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. 

Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. 

Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.

El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende.

Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. 
En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. 

Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. 
Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.

Por ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia Católica, a través de la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas (COMECE), para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia».9

A este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.

El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. 

En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. 

Poner en el centro la persona humana significa sobre todo dejar que muestre libremente el propio rostro y la propia creatividad, sea en el ámbito particular que como pueblo.

Por otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en la medida en que se ponen al servicio de todos. Es preciso recordar siempre la arquitectura propia de la Unión Europea, construida sobre los principios de solidaridad y subsidiariedad, de modo que prevalezca la ayuda mutua y se pueda caminar, animados por la confianza recíproca.

En esta dinámica de unidad-particularidad, se les plantea también, Señores y Señoras Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. 
De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma… y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político. 

Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.10

Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico, evitando que su fuerza real – fuerza política expresiva de los pueblos – sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece.

Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. 

El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. 
La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. 
Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. 
Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar perspectiva y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.

Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. 
Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. 

Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.

Europa ha estado siempre en primera línea de un loable compromiso en favor de la ecología. En efecto, esta tierra nuestra necesita de continuos cuidados y atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos de los hombres. 

Esto significa, por una parte, que la naturaleza está a nuestra disposición, podemos disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, significa que no somos los dueños. Custodios, pero no dueños. 
Por eso la debemos amar y respetar. 
«Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la “custodiamos”, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar».11 

Respetar el ambiente no significa sólo limitarse a evitar estropearlo, sino también utilizarlo para el bien. 
Pienso sobre todo en el sector agrícola, llamado a dar sustento y alimento al hombre. 
No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras mesas. 

Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar dirigiéndome a ustedes.

El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. 
Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo. 
Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; 
por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos.

Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. 
No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. 
En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. 

La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. 

Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. 
Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos.


Señor Presidente, Excelencias, Señoras y Señores Diputados:

Ser conscientes de la propia identidad es necesario también para dialogar en modo propositivo con los Estados que han solicitado entrar a formar parte de la Unión en el futuro.

Pienso sobre todo en los del área balcánica, para los que el ingreso en la Unión Europea puede responder al ideal de paz en una región que ha sufrido mucho por los conflictos del pasado. 

Por último, la conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.

A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren de nuevo la confianza en las instituciones de la Unión y en el proyecto de paz y de amistad en el que se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva».12 
Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.

Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».13 La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. 
Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de edificación común que constelan el Continente. 

Esta historia, en gran parte, debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.

Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. 

Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. 
La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; 
la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; 
la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.

Gracias.

Laicos Dehonianos-Video

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