Homilía del Papa Francisco, durante la Misa de
la mañana del viernes en la Casa de Santa Marta, sobre el ayuno
En el diálogo del Evangelio de hoy entre Jesús y los doctores de la
ley, que critican a los discípulos por el hecho de no respetar el ayuno, a
diferencia de ellos y de los fariseos que en cambio lo practican mucho.
El hecho es que los doctores de la ley habían
transformado la observancia de los Mandamientos en una formalidad, cambiando la
vida religiosa en una ética y olvidando su raíz, o sea una historia de salvación,
de elección, de alianza.
Recibir del Señor el amor de un Padre, recibir del Señor la identidad de un pueblo y luego transformarla en una ética, es rechazar aquel don de amor.
Esta gente hipócrita
son personas buenas, hacen todo aquello que se debe hacer. ¡Parecen buenas! Son
éticos, pero éticos sin bondad, porque han perdido el sentido de pertenencia a
un pueblo.
El Señor da la
salvación al interior de un pueblo, en la pertenencia a un pueblo.
Sin embargo, ya el Profeta Isaías – en el pasaje recordado en la Primera lectura – había descrito con claridad cuál era el ayuno según la visión de Dios:
Soltar las cadenas injustas,
dejar en libertad a los oprimidos, pero también,
compartir tu pan con el hambriento,
albergar a los pobres sin techo,
cubrir al que veas desnudo.
¡Aquél es el ayuno que
quiere el Señor!
Ayuno que se preocupa
por la vida del hermano,
que no se avergüenza
-lo dice el mismo Isaías- de la carne del hermano.
Nuestra perfección,
nuestra santidad va delante con nuestro pueblo, en el cual hemos sido elegidos
e insertados.
Nuestro acto de
santidad más grande está precisamente en la carne del hermano y en la carne de
Jesucristo.
El acto de santidad de
hoy, nuestro, aquí, en el altar, no es un ayuno hipócrita: ¡es no avergonzarse
de la carne de Cristo que hoy viene aquí!
Es el misterio del
Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
Es ir a compartir el
pan con el hambriento, a curar a los enfermos, los ancianos, aquellos que no
pueden darnos nada a cambio:
¡no avergonzarse
de la carne, es eso!”.
Esto significa que el ayuno más difícil es el ayuno de la bondad.
Es el ayuno del que es capaz el Buen
Samaritano,
que se inclina sobre el hombre herido, y no es
aquel del sacerdote, que mira al mismo desventurado pero sigue adelante, quizás
por miedo de contaminarse.
Y entonces ésta es hoy la propuesta de la
Iglesia:
¿Me avergüenzo de la carne de mi hermano, de mi
hermana?:
Cuando doy limosna,
¿dejo caer la moneda sin tocar la mano? Y si por casualidad la toco, ¿la retiro
de inmediato?
Cuando doy limosna, ¿miro a los ojos de mi
hermano, de mi hermana?
Cuando sé que una
persona está enferma, ¿voy a encontrarla?
¿La saludo con
ternura?
Hay una señal que tal
vez nos ayudará, es una pregunta:
¿sé acariciar a los
enfermos, los ancianos, los niños o he perdido el sentido de la caricia?
¡Aquellos hipócritas
no sabían acariciar! Se habían olvidad.
No avergonzarse de la carne de nuestro
hermano: ¡es nuestra carne! Seremos juzgados por el modo en el que nos
comportamos con este hermano, con esta hermana”. (RC-RV)
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