Lc 7, 11-17
En aquel tiempo, se
dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de
mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que
sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba
una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la
vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
Acercándose al ataúd,
lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: «Joven, yo te
lo mando: levántate.»
Inmediatamente el que
había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se
llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta
ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
Talita kum
Ahora.
Levántate.
No te
dejes morir
en
muertes cotidianas
que
acallan el verso
que
secan el alma
y
frenan el paso
hasta
dejarte inerte.
No
mueras en vida,
sepultado
por nostalgias,
rendido
antes de tiempo,
consumido
por dentro.
No
permitas que te envenene
el
odio, ni dejes
que la
amargura –¿o es miedo a vivir?–
haga
de tu corazón una losa.
Levántate.
Sostenido
por la memoria
de
buenos amigos y buenos momentos,
confiado
en un hoy grávido de oportunidades.
Movido
por la esperanza en lo que ha de llegar.
Levántate,
agradecido
por tanto…
Ama,
descubre
los milagros ocultos, cree,
y
pelea, si hace falta,
la
batalla nuestra de cada día.
Que
eso es ser humano.
Levántate.
Ahora.
José Mª Rodríguez Olaizola, sj
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