A las cinco de la tarde el Papa Francisco
presidió en la Basílica de San Pedro las primeras vísperas de la Solemnidad de
María Santísima Madre de Dios, con la adoración y bendición Eucarística. Se
trató de la última celebración del año 2013, en acción de gracias a Dios y para
invocar a María Santísima a fin de que el nuevo año civil 2014 lo comencemos en
el Nombre del Señor.
Texto completo de la homilía
“El apóstol Juan define el tiempo presente de una
manera precisa: “Ha llegado la última hora”. Esta afirmación que se repite en
la misa del 31 de diciembre, significa que con la venida de Dios en la historia
estamos ya en los tiempos “últimos”, después de los cuales el paso final será
la segunda y definitiva venida de Cristo.
Naturalmente aquí se habla de la 'calidad' del tiempo,
no de su 'cantidad'. Con Jesús ha venido la plenitud del tiempo, plenitud de
significado y plenitud de salvación. Y no habrá más una nueva revelación, pero
la manifestación plena de lo que Jesús ha ya revelado.
En este sentido estamos ya en la 'última hora'; cada
momento de nuestra vida no es provisorio es definitivo y cada acción nuestra
está cargada de eternidad. De hecho la respuesta que damos hoy a Dios que nos
ama en Jesucristo, incide en nuestro futuro.
La visión bíblica y cristiana del tiempo y de la
historia no es cíclica, pero linear: es un camino que va hacia un cumplimiento.
Un año que ha pasado por lo tanto no nos lleva a una realidad que termina pero
a una realidad que se cumple, es un paso ulterior hacia la meta que está
delante de nosotros: una meta de esperanza y de felicidad, porque encontraremos
a Dios, razón de nuestra esperanza y fuente de nuestra alegría.
Mientras llega a su término el año 2013, recogemos
como en un cesto, los días, las semanas, los mese que hemos vivido, para
ofrecer todo al Señor. Y preguntarnos: ¿cómo hemos vivido el tiempo que él nos
ha donado? ¿Lo hemos vivido sobre todo para nosotros mismos, para nuestros
intereses, o hemos sabido usarlo también para los otros? ¿Cuánto tiempo hemos
reservado para 'estar con él', en la oración, en el silencio, en la adoración?
Y después pensemos, nosotros ciudadanos romanos,
también a esta ciudad de Roma. ¿Qué ha sucedido este año? ¿Qué está sucediendo,
qué sucederá? ¿Cómo es la calidad de la vida en esta ciudad? ¡Depende de todos
nosotros! ¿Cómo es la calidad de nuestra ciudadanía? ¿Este año hemos
contribuido en nuestra pequeña capacidad a volverla vivible, ordenada,
acogedora?
De hecho el rostro de una ciudad es como un enorme mosaico
cuyos azulejos son todos los que allí viven. Seguramente quien recubre cargos
públicos tiene mayor responsabilidad, pero cada uno es corresponsable en el
bien y en el mal.
Roma es una ciudad de una belleza única. Su patrimonio
espiritual y cultural es extraordinario. Y al mismo tiempo en Roma existen
tantas personas marcadas por las miserias materiales y morales, personas
pobres, infelices, sufridoras, que interpelan la conciencia de cada ciudadano.
En Roma quizás sentimos más fuerte este contraste entre
el ambiente majestuoso y cargado de belleza artística y el malestar social de
quien hace más esfuerzo. Roma es una ciudad llena de turistas, pero también
llena de refugiados. Roma está llena de gente que trabaja, pero también de
personas que no encuentran trabajo o realizan trabajos mal pagados y a veces
indignos. Y todos tienen derecho a ser tratados con la misma actitud de acogida
y equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana.
Es el último día del año. ¿Qué haremos, como
actuaremos en el próximo año para volver un poco mejor a nuestra ciudad? Roma
del año nuevo tendrá un rostro aún más bello si será aún más rica de humanidad,
que sabe hospedar, acoger. Si todos nosotros estaremos atentos y seremos
generosos hacia quien está en dificultad; si sabremos colaborar con el espíritu
constructivo y solidario, en favor del bien de todos.
Roma del año nuevo será mejor si no habrán personas
que la miran 'de lejos', como a una tarjeta postal, que miran la vida solamente
'desde el balcón', sin involucrarse en tantos problemas humanos, problemas de
hombres y mujeres que al final... y desde el principio, queramos o no, son
nuestros hermanos.
En esta perspectiva la Iglesia de Roma se siente
impregnada para dar su contribución a la vida y al futuro de la ciudad. Pero es
su deber, se siente animada y a animar con la levadura del evangelio, a ser
signo e instrumento de la misericordia de Dios.
Esta noche concluimos el Año del Señor 2013,
agradeciendo y pidiendo perdón. Las dos cosas juntas, agradecemos y pedimos perdón.
Agradecemos por todos los beneficios que Dios nos ha
dado, y especialmente por su paciencia y su fidelidad, que se manifiestan en el
sucederse de los tiempos, pero en modo singular en la plenitud del tiempo
cuando “Dios mandó a su Hijo, nacido de mujer”.
La Madre de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un
nuevo tramo de nuestra peregrinación terrena, nos enseñe a acoger a Dios hecho
hombre, porque cada año, cada mes, cada día sea lleno de su eterno amor”.
(31 de diciembre de 2013) ©
Innovative Media Inc.
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