Gonzalo Arnaiz, scj.
Cáritas Española edita un librito para el Adviento-Navidad del 2012, que se titula como el encabezado de este artículo.
Al abrirlo y empezar a leerlo me ha cautivado y hasta fascinado las
primeras líneas escritas por Rafael Prieto. Como vienen a cuento de lo que
hablamos en la convivencia del pasado fin de semana (28 de Octubre) de los
laicos dehonianos en Ciempozuelo, os lo trascribo tal cual:
“Si yo no
creyera, una gran inquietud, una gran oscuridad se apoderaría de mí.
Yo respeto a los que no creen, pero no los envidio.
Si no hubiera
Padre en quien confiar y a quien amar…
Si amar o no amar fuera lo mismo, si la muerte fuera más fuerte, si
después no hubiera nada, si no hubiera Padre…
Si no hubiera nada que esperar, nada por lo que luchar, si las
esperanzas fueran todas lo mismo, es decir, nada…
Si no hubiera premio ni castigo, si no hubiera cielo y tampoco
infierno, como quiera que se expliquen…
Si no hubiera Padre, si todo fuera relativo, si no sabemos dónde está
la verdad ni en qué se fundamenta la fraternidad y los demás valores…
Si no hubiera Padre, si no hubiera Dios…
Una inmensa desgracia se apoderaría de la humanidad. ¡Qué orfandad más
angustiosa!
“Si falta Dios, todo pierde sentido. Es como si faltara la dimensión
de profundidad y todas las cosas se oscurecieran, privadas de su valor
simbólico; como si no “destacaran” de la mera materialidad” (Benedicto XVI).
Si Dios no existiera yo moriría sin remedio.
“Si yo existo, Dios existe. Para mí ésta es una necesidad de mi ser,
al igual que para millones de personas. A quienes no creen yo no puedo
ofrecerles una prueba racional de la existencia de Dios. Afirmo que soy un
hombre de fe y oración y que, aunque me hicieran pedazos, confío en que Dios me
daría fuerza suficiente para no negarlo, sino, por el contrario, afirmar su
existencia… Estoy más seguro de la existencia de Dios que del hecho de que tú y
yo estemos sentados en esta habitación. Y puedo atestiguar también que soy
capaz de vivir sin aire y sin agua, pero no sin Él. Podrías arrancarme los ojos
o cortarme la nariz, pero ello no me causaría la muerte. Ahora bien, si destruyes
mi fe en Dios, moriré sin remedio” (Ghandi).
Yo creo.
“La fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino
una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este
misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios”
(Benedicto XVI).”
Os deseo a todos que viváis como creyentes atraídos por el Amor de
Dios manifestado en el Corazón de Cristo Jesús.
Gonzalo Arnaiz, scj.
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