¡Como
un enorme tsunami! Así fue la llegada de los 500 rebeldes Seleka a Centroáfrica
en el mes de diciembre de 2012. Casi todos son de la etnia Ngoula, musulmanes
del norte del país, con la complicidad de las etnias musulmanas del sur del
Chad y del Sudán y de unos 5.000 mercenarios de toda condición y calaña.
Llegaron
a tomar el poder por la fuerza el 24 de marzo pasado, domingo de Ramos, y han
llevado al país, de la pobreza donde estaba en 2012, a la espesa miseria de
hoy, un engrudo entre un caos generalizado y una falta de liquidez acuciante.
Centroáfrica es ahora
un país ingobernable.
Los
petrodólares prometidos no llegan porque el TPI (Tribunal Penal Internacional)
está ojo avizor. Para comprar el jugador Neymar no hay problemas. Cheque en
blanco. Para subvencionar Centroáfrica se lo piensan dos veces. Del poder
corrupto y nepotista del general Bozize (hoy huido entre Camerún y su mansión
en el Benín), que quería pero no podía, hemos pasado a ser pisoteados por una
banda de rebeldes incompetentes acompañados por una miríada de salteadores de
caminos.
Cuando
conquistaron el centro del país y la capital Bangui, éstos estrictos seguidores
de Mahoma, destrozaron las estructuras de aquel estado corrompido dirigido por
un general adepto de una secta llamada “cristianismo celeste”. También
espantaron las ONGs, que pusieron pies en polvorosa en pocas horas dejando sus
coches escondidos (luego robados) y sus proyectos entre paréntesis.
Solo
la Cruz Roja internacional y Médicos sin Fronteras soportaron el tirón aunque
evacuaron todo “el personal no indispensable”. Más tarde también ellos fueron
asaltados. Pero antes que nada, la coalición Seleka saqueó sistemáticamente las
misiones católicas, desde los garajes y las pediatrías hasta dineros y muebles.
Aguantamos
el chaparrón y el concierto de obuses y metralla con cierta dignidad, aunque
poblada de sombras, decidimos quedarnos con la gente y dejarnos hurgar y robar
hasta en nuestros armarios antes de perder la vida, moviéndonos de puntillas
para no toparnos en una curva con una patrulla de gente armada, algunos,
auténticos mocosos, armados hasta los dientes, que se hacían pasar por
comandantes aunque 4 meses antes eran solamente aprendices de pinchazos o
simples muchachos de la calle.
Hoy
día en Bangassou, varios meses después, estos indeseables, cruzados sus pechos
por hileras interminables de balas calibre 12, campan por sus anchas y buscan
con esmero algo que llevarse a la boca. Manda en plaza un comandante sudanés
del Darfur, el Comandante Abdala, que dice estar aquí para pacificar este
pueblo revuelto.
Llamar
a mi gente “un pueblo revuelto” es como identificar el Valle de Ordesa con el
bullicio de la feria. Nadie le escucha y todo el mundo le detesta. Negociamos
con él a través de un intérprete, pues sólo conoce el árabe hablado y no sabe
escribir y nos ha dado el permiso para empezar las clases en el colegio de la
misión, recibir enfermos de sida en el centro Buen Samaritano, continuar el
trabajo de construcción de la nueva maternidad, pasar las barreras con nuestro
viejo camión lleno de arena sin pagar continuos peajes, organizar una
peregrinación a un santuario mariano para pedir a la Virgen cordura (para
ellos) y fortaleza (para nosotros), preparar una ordenación sacerdotal vivida
por todos como un regalo que Dios nos concedía en medio de tanto desmán…
Hasta
para que aterricen los aviones de la Cruz Roja hay que negociar con el “patrón
de nuestras vidas.” Estamos recogiendo testimonios de sus tropelías para que
pueda un día, creo que aún lejano, dar con sus huesos y pagar sus deudas con
este pueblo en el TPI.
Guilaine,
que vemos en la foto de arriba, estaba con su hijo en su cabaña, cuando
llegaron tres soldados fingiendo buscar armas. A otras dos mujeres más
talluditas que estaban a su vera no les hicieron caso. Un musulmán mestizo, de
cabellos rizados y fuego en el bajo vientre, la obligó a entrar en la casa
mientras el niño berreaba afuera y abusó de ella hasta que se hartó. Nos lo
contó una tarde soleada de mayo, tranquilamente sentada en nuestra veranda
añadiendo que no había hecho ningún drama de aquella sórdida historia. Sólo
pedía que se hiciera justicia y se lamentaba (perdonad la ingenua crudeza) que
le había destrozado las únicas bragas que tenía.
Patrón
del pueblo es el que tiene licencia para violar las mujeres que le dé la gana
aún en presencia de sus maridos (que no era el caso) para dejar claro quién ha
marcado el terreno como hacen los sabuesos.
Cerca
de Bangassou, en Ouango, éstos fieles musulmanes atentos a no perderse la
oración matinal de los viernes en la mezquita, el 21-22 de abril 2013, no sólo
abusaron de las mujeres sino que además quemaron 900 cabañas, casas de ladrillo
y graneros. Además hubo 10 asesinatos. Siempre para demostrar quién tiene la
vara de mando y quienes tienen que cerrar la boca.
Nosotros
predicamos cada domingo en la catedral a Cristo expoliado. Insistimos que no
todos los musulmanes son Seleka, que no todos los Seleka son tan pervertidos,
que también hay católicos y protestantes degenerados, que Dios no duerme, que
un día El mismo hará justicia, que nos han robado 28 coches y 3 motos pero no
nos han robado la fe, que Jesús, nuestro modelo, pasó por el “fracaso” del
Viernes Santo para abrir el camino de la Victoria con su Resurrección.
Un
pastor protestante me contaba ayer que al fin y al cabo Mahoma está muerto y
enterrado, no sabemos ni donde, y Jesús está vivo y sigue vivo para darnos
vida. Esto sí que lo dice El mismo: “que ha venido para darnos vida, y dárnosla
en abundancia” (Jn 10,10).
He
estado toda la semana yendo por las tardes a Tokoyo, la segunda parroquia de
Bangassou, a unos 6 Km de la catedral, con el auto de San Fernando, porque el
único coche que nos había quedado, el de la misión de Ouango donde quemaron las
casas del barrio católico, lo tiene para su uso privado nuestro comandante en
plaza, que lo ha pintado de verde chillón y dice que le sirve para perseguir a
los ladronzuelos de Bangassou y poner orden entre sus vasallos.
En
esta situación que os he descrito estamos hoy.
Cuando
en España estáis a una semana de empezar el verano, nosotros estamos aún
instalados en el ojo de la tormenta, en la ladera caliente de un volcán en
erupción. Nos preguntamos: ¿Cuándo saldremos del agujero? ¿Hasta cuándo
seguiremos bajo el mando de estos mentecatos?
Tanta
gente y tantos organismos en España quieren ayudarnos a reconstruir los
proyectos dañados de Bangassou.
Desde
Manos Unidas hasta Ayuda a la Iglesia que sufre, desde quien organiza un desfile
o un concierto hasta quien es subvencionado para correr un maratón o saltar en
paracaídas. La Fundación Bangassou no para de inventar cosas.
Pero
nos preguntamos: ¿Cuándo querrá el Señor sacarnos de este atolladero? Porque si
seguimos al mando de estos indeseables, todo lo que reconstruyamos nos lo
volverán a saquear. Sólo nos consuela la fe de la gente con la que vivimos, las
familias de la parroquia o nuestros vecinos, que se echan a llorar cuando nos
ven caminando todo el día por las empinadas veredas del barrio de la catedral
hasta el orfanato y cita ese salmo que dice: “Porque Tu Señor, en los momentos
de tribulación, estabas a mi lado, porque he hecho de Ti mi refugio y mi
escudo” (Ps 90)
Ojalá
que los países vecinos encuentren una solución o que la Unión Africana
intervenga con mano segura y después de la tempestad venga la calma. Porque
así, como estamos hoy, no podremos durar mucho tiempo.
Juan
José Aguirre, obispo de Bangassou
11 junio 2013, Bangassou (República Centroafricana)
Fuente:
Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base
Entrevista a Juan José Aguirre 6/8/2013:
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