Palabras pronunciadas en su visita a la casa para ancianos
de la Comunidad de Sant’Egidio,
el 12 de noviembre de 2012
“
Queridos hermanos y queridas hermanas,
Me alegra realmente estar aquí con vosotros en esta casa-familia de la
Comunidad de Sant’Egidio dedicada a los ancianos. (...)
Vengo entre vosotros como obispo de Roma, pero también como anciano que
visita a sus coetáneos. Es superfluo decir que conozco bien las dificultades,
los problemas y los límites de esta edad, y sé que estas dificultades, para
muchos, se agravan con la crisis económica. A veces, a una cierta edad, a veces
uno mira al pasado, añorando cuando era joven, cuando tenía energías frescas,
cuando tenía proyectos de futuro. De ese modo, a veces, la mirada se tiñe de
tristeza, considerando esta época de la vida como el tiempo del ocaso.
Esta mañana, dirigiéndome idealmente a todos los ancianos, aun siendo
consciente de las dificultades que comporta nuestra edad, querría deciros con
profunda convicción: ¡ser anciano es hermoso!
En toda edad hay que saber descubrir la presencia y la bendición del Señor
y las riquezas que contiene. ¡Nunca debemos dejar que la tristeza nos
aprisione! Hemos recibido el don de una vida larga. Vivir es hermoso también a
nuestra edad, a pesar de algún “achaque” y de alguna limitación. Que siempre
haya en nuestro rostro la alegría de sentirnos amados por Dios, y no la
tristeza.
En la Biblia, la longevidad es considerada una bendición de Dios; hoy esta
bendición se ha difundido y debe ser considerada como un don que hay que
apreciar y valorar. Pero a menudo la sociedad, dominada por la lógica de la
eficiencia y del beneficio, no lo acoge como tal; es más, a menudo lo rechaza,
considerando a los ancianos como no productivos, inútiles.
Muchas veces se siente el sufrimiento de quien está marginado, vive lejos
de su casa o está sumido en la soledad. Pienso que habría que trabajar con
mayor empeño, empezando por las familias y las instituciones públicas, para que
los ancianos puedan quedarse en su casa.
La sabiduría de vida de la que somos portadores es una gran riqueza. La
calidad de una sociedad, y diría incluso de una civilización, se juzga entre
otras cosas por cómo son tratados los ancianos y por el lugar que se les
reserva en la vida común.
! Quien hace espacio a los ancianos hace espacio a la vida! ¡Quien acoge a
los ancianos acoge la vida!
La Comunidad de Sant’Egidio, desde sus inicios, ha sostenido el camino de
muchos ancianos, ayudándoles a quedarse en su ambiente de vida, abriendo casas
familiares en Roma y en el mundo. Mediante la solidaridad entre jóvenes y
ancianos, ha ayudado a hacer comprender que la Iglesia es efectivamente familia
de todas las generaciones, en la que cada cual debe sentirse “en casa” y donde
no reina la lógica del beneficio y del poseer, sino la de la gratuidad y del
amor. Cuando la vida se hace más frágil, en los años de la vejez, nunca pierde
su valor y su dignidad: cada uno de nosotros, en cualquier etapa de la vida, es
querido, amado por Dios, cada uno es importante y necesario (cfr Homilía para
el inicio del Ministerio petrino, 24 de abril de 2005).
La visita de hoy se sitúa en el año europeo del envejecimiento activo y de
la solidaridad entre generaciones. Y justamente en este contexto deseo afirmar
que los ancianos son un valor para la sociedad, sobre todo para los jóvenes. No
puede haber un verdadero crecimiento humano y una educación sin un contacto
fecundo con los ancianos, porque su misma existencia es como un libro abierto
en el que las jóvenes generaciones pueden encontrar preciosas indicaciones para
el camino de la vida.
Queridos amigos, a nuestra edad a menudo vivimos la experiencia de
necesitar ayuda de los demás; y eso le pasa también al Papa. En el Evangelio
leemos que Jesús dijo al apóstol Pedro: “cuando eras joven, tú mismo te ceñías,
e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro
te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras” (Jn 21,18). El Señor se refería a
cómo el apóstol iba a dar testimonio de su fe hasta el martirio, pero esta frase
nos hace reflexionar sobre el hecho de que la necesidad de ayuda es algo
substancial al anciano.
Querría invitaros a ver en esto un don del Señor, porque es una gracia ser
ayudados y acompañados, sentir el cariño de los demás. Eso es importante en
todas las fases de la vida: nadie puede vivir solo y sin ayuda; el ser humano
es relacional. Y en esta casa veo, con placer, que los que ayudan y los que son
ayudados forman una única familia, que tiene como savia vital el amor.
El ejemplo del beato papa Juan Pablo II ha sido y sigue siendo iluminador
para todos. No olvidéis que entre los recursos preciosos que tenéis está el
recurso esencial de la oración: convertíos en intercesores ante Dios, rezando
con fe y con constancia.
Rezad por la Iglesia, también por mí, por las necesidades del mundo, por
los pobres, para que en el mundo no haya más violencia. La oración de los
ancianos puede proteger el mundo, ayudándolo tal vez de manera más incisiva que
el ajetrearse de muchos.
Querría confiar hoy a vuestra oración el bien de la Iglesia y la paz en el
mundo.
El Papa os ama y cuenta con todos vosotros.
Sentíos amados por Dios y sabed llevar a esta sociedad nuestra, que muchas
veces es muy individualista y eficientista, un rayo del amor de Dios. Y Dios
estará siempre con vosotros y con los que os ayuda y con su cariño y con su
apoyo. Os confío a todos a la materna intercesión de la Virgen María, que
acompaña siempre nuestro camino con su amor materno, y de buen grado os imparto
a cada uno mi bendición. Gracias a todos.
Al finalizar su intervención, Benedicto XVI, hablando sin leer, dirigió
unas palabras de saludo a los presentes:
“Queridos amigos, salgo rejuvenecido y reforzado de esta visita de los
ancianos, ver cómo también en la vejez la vida puede ser buena porque hay
ángeles que te ayudan, ángeles visibles que visitan, ayudan, se preocupan y así
ellos mismos se enriquecen, tienen un horizonte más amplio, tienen una vida más
amplia y hermosa; para mí era una experiencia verdaderamente maravillosa ver
cómo el espíritu del Señor, el espíritu de Cristo, abre los ojos para los
demás, abre los ojos también para los ancianos, para los enfermos, para los
abandonados, hace redescubrir en ellos el rostro de Jesús y así crea amor entre
las generaciones, entre pobres y ricos, entre los formados en la cultura y
otros menos formados y todos se reconocen como hijos de Dios y como hermanos y
hermanas: y eso es algo hermoso, que realmente se ve a Jesús vivo, el Espíritu
Santo es el Espíritu que ama y que es amor y que está presente, es eficiente en
este mundo. Esperamos que esta fuerza se extienda y transforme cada vez más
toda la sociedad. Gracias a todos, que paséis un buen día.”
Artículo publicado por la Comunidad de Sant'Egidio de Madrid. http://www.santegidiomadrid.org/?p=1985
Artículo publicado por la Comunidad de Sant'Egidio de Madrid. http://www.santegidiomadrid.org/?p=1985
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