“Creo en la
comunión de los Santos”. Así reza nuestro undécimo artículo de la fe. ¿Y qué
queremos decir cuando profesamos la comunión de los Santos?
Hablamos de
los “Santos” y de su “Comunión”.
¿Quiénes
son los “Santos”? La primera respuesta que hay que dar es que “solo Dios es
Santo”. La “santidad” no es algo sino que es ALGUIEN. Dios, todo su ser es el
Santo o la Santidad; es el totalmente otro, el distinto, el separado de toda
otra realidad creada, por muy sublime que sea la creatura.
Cuando
hablamos de Dios y en concreto del Dios manifestado en Cristo Jesús, nos hemos
atrevido a definirlo como AMOR. Un amor que “hacia dentro” es la Trinidad y “hacia
fuera” es ese amor que se expande y crea por amor el mundo y el hombre,
Justamente
en esa “expansión” podemos ver lo que es la “santidad de Dios” que se contagia.
Dios es el solo Santo, pero es una Santidad que se comunica o quiere
comunicarse. Y por eso, podríamos decir, que todo lo que Dios toca va a ser
“santo” por participación o contagio de su misma santidad, de su mismo ser, de
su mismo amor.
¿Quiénes
son los “Santos”? Todos aquellos que se han dejado tocar por Dios y que han
abierto las puertas de su ser, de su vida, para que Dios los “invada” , los
penetre y les haga partícipes de su naturaleza divina; les haga tan semejantes
a Él que les hace entrar en un proceso de divinización que llegará a plenitud
en el cielo.
Por eso
“Santos” son o somos todos los fieles cristianos que por el bautismo fuimos
sellados con y por el Espíritu de Dios y fuimos hechos “hijos de Dios”. Santos
son también todos aquellos hombres y mujeres que buscan a Dios o que han
encontrado a Dios en otros “credos” e intentan vivir su vida según Dios. En
definitiva todo hombre o mujer está llamado a las santidad, pero existe la
posibilidad de no querer secundar esta llamada de forma consciente y positiva.
Si uno se cierra a luz, la luz no llega a él, no le puede tocar. Si uno se
cierra a Dios, Dios respeta su libertad y no le “toca” o no entra en su vida.
La “Comunión
de los Santos” habla en primer lugar de esta comunión de vida y de santidad en
el Espíritu Santo que se nos ha dado. El Espíritu Santo es el “nexo” de la
comunión en la Trinidad; el Espíritu Santo es el “nexo” de la comunión entre
todos los santos. El Espíritu Santo es el “vivificador” de todos nosotros y es
lo común y la comunión entre todos nosotros. Esta comunión, evidentemente, nos
une e introduce en la vida Trinitaria. Por eso, en este “nexo” de comunión que
es el Espíritu Santo el “cielo” y la “tierra” se unen sin fundirse pero
introduciendo en la tierra el germen de Vida Eterna, por lo que podemos decir
en verdad que ya somos ciudadanos del cielo.
Esta
comunión de vida por el Espíritu, que hay entre el cielo y la tierra hace que
hablemos de verdadera comunión entre todos los seres vivos que han existido y
existen. Todas las personas que nos han precedido en la fe sabemos que por el
Espíritu Santo, que es el Espíritu del Resucitado, participan de la vida de
Dios y por lo tanto que ellos están “Vivos” participando dela resurrección de
Jesucristo en el estadio definitivo de nuestra vida que es el cielo. A estos
creyentes que están en el cielo, la tradición los ha llamado “Iglesia
triunfante”. A los que estamos todavía
peregrinando en esta vida, la tradición los ha llamado “Iglesia militante” por
aquello de que está en la “lucha” o en el momento de la prueba o de la
maduración de la opción de fe y amor por Dios. Hay otro grupo de personas, que
habiendo cruzado ya el umbral de la esperanza, lo han hecho en fidelidad pero
no del todo integrada o totalmente madura. Estos pertenecen a la “Iglesia
purgante” o aquellos que decimos están en el purgatorio, que dicho sea de paso,
no es un mini-infierno, sino que es antesala de paraíso.
Pues bien,
la comunión de los Santos es o quiere decir que entre todos estos estados de
creyentes en Cristo existe una corriente de solidaridad de tal forma que hay un
trasvase permanente de vida entre ellos. El cielo no está desenganchado de la
tierra ni viceversa. Todos formamos un mismo cuerpo en Cristo y por lo tanto lo
de uno repercute en todos y lo de todos en uno. Permanecemos unos y otros en
unidad vital, por lo que los que nos han precedido nos pueden ayudar en nuestra
tarea de viandantes y nosotros podemos entrar en comunión de vida con ellos en
el diálogo, la oración y la alabanza a Aquel por el que la Santidad nos llega a
todos.
La comunión
de los Santos y la comunión de lo Santo, se lleva a ejercicio de forma plena,
en nuestra situación de peregrinos, en la celebración de la Eucaristía. Es el momento de la gran
comunión. Es el momento del ejercicio de la comunión. En la Eucaristía el
Espíritu Santo funciona a “todo tren”. Es el que habla “por los profetas”, el
que santifica los dones de la ofrenda, el que santifica a los oferentes con la
misma fuerza que a los dones. En la eucaristía comemos el pan Cristificado por
el Espíritu que nos alimenta y hace crecer en la fe y en la misma comunión.
Todos comemos del mismo pan. Todos nos hacemos de la misma “pasta”. Todos nos hacemos
comunión en la misma vida. Todos nos hacemos más hermanos.
Esta
comunión de vida, esta santidad se manifiesta también en otras realidades:
Comunión de vida fraterna: Los
primeros cristianos lo tenían todo en común. La comunión de bienes sería un corolario
de la comunión de los santos. Por eso la importancia de la comunidad, de la
vida de la iglesia. La iglesia no es otra cosa que comunidad de fieles
cristianos. Constitutivamente estamos llamados a ser comunidad. La comunidad de
vida se fragua en la comunidad y se vive en comunidad. Esta dimensión se
explicará cuando se hable del otro artículo de la fe que es “creo en la Iglesia
católica”.
Comunión en la misma fe. Es importante que nuestra
experiencia de fe, nuestra vida de fe seamos capaces de compartirla con los
demás, como se comparte el bien más preciado. No quiero quedármelo solo para
mí, porque además sería infecundo y se secaría. Mi experiencia de fe quiero
compartirla con los demás, para gozar juntos, crecer juntos y alimentarnos
juntos. Y también, si es preciso para corregirnos y poner en crisis algunas
opciones de fe que pueden falsear el camino. En definitiva sería ejercer el
discernimiento de Espíritu en virtud del Espíritu Santo compartido por todos.
La comunión en la Caridad. Puede
sonar a redundancia, pero hay que significar esa comunión. “Ninguno de nosotros
vive para sí mismo; como tampoco nadie muere para sí mismo”. (Rom,14-7).
Nuestro vivir es un vivir “para los demás”. Un vivir “para el Señor”. Nada de
los demás nos puede ser indiferente. Cuando uno de nuestros hermanos sufre,
también yo sufro. Y por lo tanto he de poner todo mi ser para luchar contra ese
sufrimiento de mi hermano. Hemos de vivir siendo “buenos samaritanos” y
dedicarnos a erradicar toda injusticia causada por el egoísmo (el pecado) que
aflora en muchas dimensiones de nuestra vida.
Gonzalo
Arnaiz, scj.
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