GRACIAS, SANTO PADRE
por “redescubrirnos”
a Jesús.
Muchas
cosas estupendas ha hecho nuestro Papa Benedicto XVI en estos casi ocho años de
pontificado. Con un estilo muy distinto de su predecesor, aunque con un mismo
espíritu, ha hecho frente con firmeza a la terrible crisis de los sacerdotes
pedófilos. Ha continuado, con un éxito
no previsto, el contacto con los jóvenes. Ha hecho visitas arriesgadas a
lugares difíciles, saldadas con una aceptación total. Ha ejercido un humilde
magisterio través de conferencias pronunciadas, de discursos sobre temas
controvertidos y en lugares emblemáticos, con una claridad en la que
resplandece su lema de “cooperador de la verdad”. No ha temido “los aullidos de
los lobos” que no han faltado; ya pidió oraciones a todos
nosotros al iniciar su pontificado para no sucumbir a ellos.
Como
buen observador de la realidad se daba cuenta de la erosión que iba sufriendo
la figura de Jesús, Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero. Ya en 2001, en el
libro entrevista con Peter Seewald (“Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra
época”) expresaba su inquietud ante el uso
del método histórico-crítico “necesario, pero insuficiente”:
“Ahora
se escarba en las fuentes sin cesar. Se intenta desmenuzarlas todavía más. Al
final quedarán reducidas a añicos, y de repente uno se preguntará cómo pudieron
surgir siquiera tales acontecimientos de una figura tan mísera”.
Por
eso se comprende su deseo de escribir un libro sobre Jesús cuando se jubilara. No
lo jubilaron, sino que le echaron encima la responsabilidad de todas las
Iglesias. Es muy posible que, desde este puesto, se dio aún más cuenta de la
necesidad de escribirlo. Ha consagrado a él toda la sabiduría acumulada en su
vida… y todos los pocos momentos libres que le deja su ministerio. No ha
querido firmarlo como Papa, sino como el teólogo Joseph Ratzinger. Pero su
condición de Sumo Pontífice le ha debido crear al escribirlo un clima de mayor
responsabilidad, y a nosotros un plus de credibilidad. La gran suerte de que
sea hoy Papa hace que ese magisterio personal le ha ayudado a “confirmar en la
fe a sus hermanos”.Sí, es el mayor regalo que nos ha hecho en su pontificado.
¿El mayor regalo? Pero ¿por qué?
Sencillamente
nos ha devuelto un Jesús que nos estaba arrebatando el racionalismo, el
relativismo y el contagio de las ideas de moda. A través de exégetas que
pretendían buscar el ‘verdadero’ Jesús histórico, por debajo de un Jesús de la
fe, que -según ellos- los primeros cristianos habrían inventado para ensalzar a
Jesús. Esta tendencia, nacida en ámbito protestante iba contagiando a
católicos. Por eso, en mi opinión, su trilogía “Jesús de Nazaret” es su mayor
contribución a nuestra fe. Y no sólo a la de los católicos, sino a la de los
cristianos en general. El Jesús de la Historia es el mismo que el Jesús de la fe
La
tercera entrega de este “Jesús de Nazaret”, que el Papa presenta “como
antesala” a los dos volúmenes precedentes”, es sin embargo fundamental. Los
relatos de la infancia eran considerados por algunos como meros mitos. Por lo
tantos irrelevantes como historia. Ratzinger demuestra que lo que “Mateo y
Lucas pretendían -cada uno a su propia manera-
no era tanto contar ‘historias’, como escribir historia, historia real,
acontecida, historia ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la Palabra de Dios”. Con qué
finura, sencillez y clarividencia va Joseph Ratzinger aclarando las cosas con
su sabiduría histórica, exegética y teológica. Sin olvidar el sentido común.. Y
llega a un punto clave:
“El nacimiento virginal, ¿mito o
realidad?”
Así
Ratzinger-Benedicto XVI se lo plantea: Después de unas consideraciones bien
fundamentadas, se pregunta si es cierto lo que afirmamos en el Credo: “Creo en
Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen”.
“La
respuesta -dice- es un ‘sí’ sin reservas”. Y sigue un párrafo que me parece de
lo más importante del libro. Dice, coincidiendo con Karl Barth, que
“hay
dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene
directamente en el mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección
del sepulcro (…) Estos dos puntos son un escándalo para el espíritu moderno. A
Dios se le permite actuar en las ideas y los pensamientos, en la esfera
espiritual, pero no en la materia. Esto nos estorba…”
En
España tuvimos la ocasión de comprobarlo recientemente a través de un libro
bienintencionado, pero escrito con esta obsesión. La respuesta, otra vez, es
bien clara y rotunda:
“Si
Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios. Pero sí que
tiene ese poder, y con la
Concepción y la Resurrección de Jesucristo ha inaugurado una
nueva creación. Así como Creador, es también nuestro Redentor. Por eso la
concepción y el nacimiento de Jesús de la Virgen María son un elemento
fundamental de nuestra fe y un signo luminoso d esperanza.”
La mula y el buey.
Muchos más aspectos se podrían subrayar.
Pero me da tristeza la frivolidad con que algunos medios “serios” (¿?) han
enfocado el trabajo del Papa. “El Papa dice que no había ni mula ni buey en el
portal de Belén”: titular en primera página. ¿Qué se pretende? ¿Desprestigiar
el estudio del Papa? ¿Ridiculizarlo?
¿Enfrentar a los sencillos creyentes con Benedicto XVI? No sabe uno qué
pensar. Desde luego pura frivolidad, pues ni siquiera han leído lo que en
realidad dice el Papa..La página dedicada al tema empieza con una constatación
obvia: “En el Evangelio no se habla en este caso de animales”. No dice ni
siquiera que no pudiera haberlos. Y sigue
“Pero
la meditación guiada por la fe (…) ha colmado muy pronto esta laguna
remitiéndose a Isaías 1, 3: ‘El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su
dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende’.”
Y
sigue una página preciosa sobre el significado de la presencia de estos dos
simpáticos animales en la iconografía cristiana. Por eso termina esta “pequeña
divagación”, como la llama, animándonos a ponerlos en nuestros “belenes”: “ninguna
representación del nacimiento renunciará al buey y al asno”. ¡Claro que no! Y
el Papa tampoco.
José
María Salaverri sm
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