10/4/13

Ha tenido que hacerlo el Papa. Por Álvaro Abellán





Artículo de LaSemana.es



Los periodistas están encantados con las primeras semanas del pontificado del papa Francisco. Portadas, comentarios, fotografías, como no recuerdo. Antes, uno tenía que buscarse sus fuentes para saber qué hacía y decía el Papa. Hoy, soy incapaz de seguir todo lo que se publica en los periódicos. Hay gente, en la calle, que se aprende y repite sus frases. “Los sacerdotes tienen que oler a oveja”. Entiendo que sus gestos son muy mediáticos. Pero eso no lo explica todo. Son también coherentes y en conexión con un planteamiento muy profundo. Mediático, coherente y profundo son tres notas difíciles de conciliar hoy. Que le pregunten a la Milá, que decidió hace años que tenía bastante con lograr lo primero.

Lo más curioso de todo es que, en el contexto de la Iglesia, nada de lo que hace Francisco es nuevo. Sus gestos son tan antiguos como los acontecimientos que relatan los evangelios: de hace unos 2000 años. Lavar los pies a las mujeres, convivir con los marginados (enfermos, delincuentes…), cuidar a los pobres, ser austero y digno a la vez… Todas esas cosas las lleva haciendo la Iglesia, ininterrumpidamente, 2000 años. Lo que ocurre es que la Iglesia tiene diversos miembros, y a cada uno le corresponden diversas tareas y responsabilidades. El mundo llama a eso jerarquía, y la Iglesia, sin negarla –por ser necesaria-, dice que hay otra más importante: la jerarquía en el amor. Así, es más digno el que ama más en una responsabilidad aparentemente menor que el que ama menos en una responsabilidad aparentemente altísima. Así lo expuso el Nazareno, lo explicó san Pablo con contundencia y lo relata Teresita de Lisieux con su mejor lírica. Así trata de vivirlo la Iglesia.

Sin duda, esto es muy difícil de entender para quien no tiene una experiencia radical de amar y ser amado. Quien la ha vivido, sin embargo, sabe perfectamente lo que palidece el fantasma de las jerarquías humanas. No obstante, quizá la Iglesia ha tardado en darse cuenta de lo que significa vivir en una sociedad mediática. Ha tardado en descubrir que a este mundo no le bastan los millones de misioneros anónimos que entregan su vida a los necesitados, o los millones de euros y dólares que gestiona la Iglesia en una estructura de don y acogida gratuitas, y no de oferta, demanda y reciprocidades. Este mundo mediático necesitaba ver que también la cabeza visible actúa como el cuerpo invisible. Pues que así sea. Insertado en su mejor tradición, ha sido un papa jesuita e hispánico quien realizó ese gesto valiente. A la Iglesia, parece sentarle bien. ¿Cambiará el mundo? ¿Cambiarán los periodistas, o cuando todo deje de ser “la primera vez”, mudarán su atención hacia otros gestos efímeros y mediáticos, pero ni coherentes ni profundos?



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