Maristas azules en Siria
Artículo sacado de ZENIT.org, Domingo
29 julio 2012
Hermano
Georges Sabé, fms
Son las 23 horas del jueves 26 de julio de 2012. Aquí en Alepo,
durante el día ha hecho más de 40 grados. A lo lejos, oigo los disparos. Estoy
en mi habitación, en la comunidad. Los hermanos Georges Hakim y Bahjat Azrie,
también están en comunidad. De hecho, hemos vuelto juntos hacia las 21 horas
después de una jornada inolvidable para los “Maristas Azules”. Si miráis
nuestras fotos, veréis jóvenes y menos jóvenes con camisetas azules. ¿Recordáis
cómo llamaba la gente a los primeros hermanitos de María? Y bien, hemos querido
poner esta campaña de solidaridad bajo el tema «Marista azul».
Alepo, nuestra ciudad y segunda ciudad del país, capital
económica, gran centro de comercio y de artesanado, está muriendo. Está
asfixiada desde hace más de una semana. La guerra se está extendiendo por los
barrios. La gente huye, se refugia, vagan, se instalan en la calle, en los
jardines públicos, en las escuelas, por todas partes. Los habitantes reciben a
sus parientes, las casas están abiertas. Falta el pan, falta la electricidad,
la gasolina, falta la leche, faltan las medicinas, lo único que no falta es el
fantasma de la guerra. Merodea, está por todas partes. Se siente un olor
nauseabundo por las calles…
La ciudad está circundada por todos lados. Uno corre el riesgo
de ser capturado y matado. La gente tiene miedo… Un miedo que deprime, que
paraliza, que mata. Y entonces, nos hemos planteado la pregunta: ¿qué hacemos?
¿Escapar como ya lo han hecho tantas familias? ¿Quedarnos paralizados en
nuestro lugar? ¿Actuar? ¿Qué hacer?
En un primer momento, hemos optado por continuar todas nuestras
actividades. Hemos lanzado proyectos de colonias de vacaciones, de actividades
educativas… Pero muy lentamente, nos hemos dado cuenta que el peligro era
enorme, y que teníamos que detenernos. Ésta fue la decisión del martes pasado:
“Detengamos nuestras actividades”.
Pero detener nuestras actividades no quiere
decir absolutamente detener nuestra misión, es más bien buscar juntos, laicos y
hermanos, qué respuesta dar a las urgencias. La llamada del último Capítulo
general nos empujaba a salir hacia las personas desplazadas. En el barrio de
Jabal el Saydeh, donde trabajamos desde hace más de 25 años junto a los más
pobres, hemos encontrado gente todavía más pobre… ¡Los desplazados!
Hemos corrido hacia ellos, hacia los niños, hacia las mujeres y
los hombres… Los jóvenes han respondido generosamente. Y es allí donde hemos
pasado nuestra primera jornada.
Nos acogieron, los niños salieron de los
agujeros en los que se habían escondido. Eran una multitud, una masa… Una
pelota los entretuvo. Jugaron, bailaron, cantaron. Cada uno de ellos es una
historia, una historia sagrada que se nos revelaba. Una pequeña que comparte su
dolor de ser huérfana… Un niño que ofrece desde el primer instante un lápiz a un
animador, « Habaytak », exclama, te he amado. Una niña se transformará
lentamente gracias a una mano que no la ha abandonado. Ella se atreve a quitar
las manos que tapaban sus oídos. Juega a la cuerda, sonríe. El «cheikh» (Imam),
viene para agradecernos. Alguien pregunta, «¿sois cristianos?». Un anciano se
me acerca para abrazarme y decirme «Choukran». Yo no lo conozco, no sé su
nombre, no sé porqué me agradeció, pero hizo este gesto y un pacto de amor y de
confianza se firmó en ese momento… Las señoras escuchan a las mujeres. ¡Qué
dignidad! No se quejan. Se agradece a «Allah». Pero ¡qué Evangelio viviente que
estamos viviendo!
Se nos plantea a menudo una pregunta: “¿pensáis partir?
¿Volveréis?” Y se establece la confianza. Los niños nos acompañan al mediodía,
cuando nos vamos. Ellos cantan alrededor nuestro como diciéndonos “¡quedaos, os
queremos mucho”! Y a las 17 horas cuando volvemos, ya están allí, la fiesta
recomienza, el baile, los juegos, la sonrisa, la felicidad. Pero las
necesidades nos acosan. Las necesidades más básicas.
En este mes de Ramadán, mes del ayuno para nuestros hermanos
musulmanes, las necesidades son enormes: pediatra, médico, medicinas, leche,
pañales, compresas higiénicas, jabón, detergente, colchones, vestidos,
alimentos. Están repartidos en dos escuelas, 900 personas amontonadas. Y el
flujo de gente sigue aumentando. Numerosas familias (2000 personas) están
instaladas en un parque público. Sufren el calor pero no quieren ser alojados.
Quizás, sueñan con despertarse una mañana para volver a su casa… y sin embargo,
este sueño parece hoy muy lejano, sin ninguna esperanza de realizarse en lo
inmediato, si es que todavía existe un lugar donde estar “en casa”.
Y esta gente es una gota en un mar de desplazados, de personas
sin hogar, abandonadas. Pero para nosotros son nombres: Zeinab, Moustapha,
Ali... Son un rostro, son una historia, una mirada, un poema. Por ellos y a
causa de ellos, nosotros arriesgamos. Sí, nosotros arriesgamos nuestras vidas.
Algunos jóvenes no cuentan con el apoyo de sus padres. ¡Algunos voluntarios han
organizado su hogar para realizar un gesto arriesgado!
Todos, sabemos el gran riesgo que es trabajar cuando las armas
no callan. Pero la sola sonrisa de un niño ¿no es suficiente para hacer caer
todos nuestros temores?
Ver más en: www.facebook.com/MaristesAlep
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